Se aproxima el 2018. Es Navidad. En el Conde se han instalado las viejas guirnaldas. Hay un inmenso arbolito frente a Cuesta y la gente abarrota el supermercado. Las pocas tiendas que en el Conde sobreviven ostentan sus luces y baratos adornos. Todo sigue igual.
Camino como siempre en busca de mi infancia, pero nada, salvo las iglesias, conserva el olor al pasado. En la Del Carmen, la gruta con el agua viva. En la de San Lázaro, que solo abre un día al año para conmemorar al Santo, el cielo estrellado; en la de San Miguel, la más bella réplica del arcángel que he visto en las zonas coloniales visitadas.
Poco a poco la zona colonial pierde su carácter, se desdibuja con hoteles, hotelitos, mansiones de lujo para un turismo caro. Lo espíritus que las habitan observan impasibles. Ya lo han visto antes y todo pasa, menos ellos. Lo que no se compra se deja deteriorar, como la calle empedrada y rota de la Hostos que desde hace meses impide que el evento popular más importante de los últimos años: Bonyé, se realice.
La ciudad colonial se inodora e incolora, salvo todavía el olor de La Cafetera, y José Cesteros con su obsesión con las lunas llenas como yaniqueques, o los pocos locos que transitan, o indigentes, sobreviviendo bajo la vigilante contabilidad de poetas y artistas.
Las noticias no conmueven, porque la ciudadanía está anestesiada a fuerza de malas nuevas que se suceden a diario. Los feminicidios van de mal en peor, mientras “esperamos que se desempolve una ley de atención integral en el Congreso”. Los generales de la coca van cayendo, junto a coroneles y tenientes, con kilos y kilos de una mercancía que no va desaparecer mientras no se combata la demanda.
Trump aburre y no hay Don Lemmon, Wolf o Anderson Cooper que nos devuelvan el interés en CNN. “Si lo matan el otro será peor, porque este es incontrolable, pero por lo menos se sabe lo que piensa”, advierte la vidente más cotizada de los programas latinos de televisión.
Poco a poco vemos como se rearma la maquinaria leonelista, al margen de todos los Quirinos, mientras Margarita se frota las manos porque ella sabe que en un match entre Leonel y Danilo solo quedara ella, para estupor de los videntes.
El periódico El País publica que el héroe de la serie de Netflix sobre el narcotráfico colombiano: Popeye, se hallaba vivito y coleando (3,350 asesinatos después) en la fiesta del más grande capo de Antioquia.
¿Odebrecht? ¿Punta Catalina? ¿La Barrick y el campesinado de Cotui que muere contaminado?
¡No fastidien! ¿No advierten que es Navidad?