¡Oh muerte, sagrada muerte, ven callada!, expresiones de Santa Teresa que pueden escribirse en el epitafio de mi hermano del alma Enoc Peña Nina. Enoc, fuiste noble, honesto, bueno, sembraste, cultivaste, diste y cosechaste amores, eras falible, como todos los mortales. Cultivaste valores, méritos, sacrificios, y desde niño te entregaste a Dios y a la Iglesia Adventista del Séptimo Día, y antes de sepultar tu cadáver en la tierra de San Cristóbal, donde naciste, el pastor Moisés Nina Silva y acompañantes, entonaron los himnos Más allá del Sol, Paz, como aconteció con mi madre en una iglesia de la ciudad de nuestro pueblo en la avenida Constitución.
Tus padres, profesora doña Luz Nina viuda Peña, quien cumplió un siglo y ya es historia, y don Francisco Peña, ex funcionario estatal. Tus distinguidos hermanos, Frank, Domingo, Ruth, Ulda, Angel, Gedeon y Marisol, de loable trayectoria ciudadana. Tu hija Muñeca, fue soporte en tu enfermedad y te ofreció cuidado y cariño, y aquí la vimos llorar muchas veces junto a Francisco, Minervita y Francisca tu esposa, lucharon por verte seguir viviendo; así los médicos y enfermeras que con sabiduría te trataron en Estados Unidos.
Horas antes de tu partida a la morada celestial, mi adorada hermanita Sonia, que tanto se quisieron y le llamaban mi amor, con gesto de cariño, fue a verte y junto a ti me llamó. Tu voz no se escuchaba, pero escuchabas el teléfono, y con tus ojos moribundos, escuchaste las cosas que te dije y apretaste varias veces tu mano a la de ella, en señal de aprobación a mi ruego y temas enfocados, esa fue nuestra dolorosa despedida.
Ejerciste el periodismo con altura, laboraste para La Nación, El Caribe, Radio Mil, Radio San Cristóbal, y fuiste el primer anotador de béisbol amateur en tu pueblo. Desempeñaste varias funciones públicas, y saliste con la frente en alto.
Siempre recordaré cuando tu madre fue a buscarme a la sección Los Mineros, y con el consentimiento de mamá, me traslada a su residencia de San Cristóbal, me alberga en la amplia habitación tuya, allí dormíamos, estudiábamos, reíamos y conversábamos de nuestros planes. Fuiste a residir a Estados Unidos y viajaste, en gesto de amor, a la cuidad de tu madre por cinco años. Problemas en mi salud impedían ir a verte como tanto quería.
Desde esta tierra, donde vivimos temporalmente, oraremos por ti, y tú, desde la cercanía de Jesús, encontrarte, expresarás bendiciones espirituales a tu madre, quien en silencio sentirá escucharlas, así a los tuyos, tu queridísimo hermanos Frank fue un baluarte en el tiempo de tu enfermedad. Como la vida de los muertos está en la memoria de los vivos (refería Cicerón) tú estarás en los alrededores de mis días, y como Francesco Petrarca te expresó, que un bello morir, hHonra toda una vida. Adiós, Adiós. ¡Cuán inmenso es el dolor de la distancia!