En la redacción de Vanguardia del Pueblo estábamos ese día Juan Freddy Armando, Raúl Bartolomé, Nelson Gómez, Mario Méndez y yo, entre otros periodistas que quienes por 30 pesos quincenales cumplíamos diarias jornadas en un periódico que se convirtió en el alma del Partido.
Vanguardia del Pueblo se disputaba con el propio PLD el cariño y la atención de Juan Bosch, creador de ambos. Era difícil precisar qué le proporcionaba más satisfacción, si dirigir el PLD o el Periódico, pues todos los días él requería revisar los trabajos, que ya compuestos y corregidos debían ser enviados a Ninón de Saleme, quien tenía a su cargo la diagramación y cuidado de la edición.
Debo decirles que además de periodista de Vanguardia tenía la tarea de llevarle al líder, para su corrección, los trabajos que serían publicados en el periódico.
Desde las 6:00 de la mañana o antes, los dedos de Bosch tocaban firmes pero armoniosamente el teclado de su máquina de escribir, y salían casi sin mácula sus artículos, que constituían las páginas centrales y que servirían de discusión y unificación de criterios para todos los comités de base, círculos de estudios y comités patrióticos y populares.
Al llegar con más de media hora de retraso una mañana a una cita de trabajo con don Juan, él me recriminó y recordó una expresión que nunca he olvidado: Mi lucha es contra el tiempo y que dadas mis reiteradas tardanzas me convertían en el aliado de ese enemigo.
Su enojo se disipó cuando le expliqué que la asignación de 60 pesos mensuales no alcanzaba para pagar el alquiler de una pensión y costearme el transporte, y me asignó un vehículo y ordenó a la secretaría general aumentar la dote a cien pesos. De usted a mí, me dijo al entregarme la llave de una Safari. Nunca volví tarde.
Lo que con más interés deseo contar hoy se refiere al día aquel, cuando de manera intempestiva todos nos pusimos de pie al ver a don Juan entrar por la puerta trasera a la redacción de Vanguardia. Saludó muy efusivamente a cada uno, a la vez que nos inquirió sobre el trabajo que realizábamos y nos ofreció saludables consejos.
Al revisar el librero Bosch comenzó a sacar libros y tirarlos al piso. Luego dio instrucciones para que fueran tirados a la basura por inservibles, ante la sorpresa de todos nosotros.
Eran libros de texto del Instituto Internacional de Ciencias Políticas, de Costa Rica, del cual el propio Bosch fue profesor. Nos dijo que el contenido de esas obras era contrario a los lineamientos del PLD, y que además esa escuela seguía los designios ideológicos de Washington.
Hoy confieso que no obedecí el firme requerimiento de arrojar el paquete de libros a la basura. Me los llevé para mi casa, a escondidas de don Juan.