Opinión

A rajatabla

A rajatabla

El tiempo pasa.-

El tiempo pasa volando porque en un abrir y cerrar de ojos han pasado 44 años desde aquel día cuando se fundó el Partido de la Liberación Dominicana (PLD) durante un congreso constitutivo bautizado con el nombre del patricio Juan Pablo Duarte, cuya obra inconclusa, el nuevo instrumento político prometió concluir.

No voy a referirme a lo que ha sido el PLD en más de cuatro décadas, durante los cuales ha ejercido el Gobierno en cinco periodos constitucionales y promovido grandes transformaciones en infraestructura, institucionalidad y gobernanza.

Tampoco abundaré en el hecho cierto de las gestiones de Leonel Fernández y Danilo Medina, que han elevado el Producto Interno Bruto (PIB) de 19 mil millones de dólares en 2004 a US$75 mil millones en 2017, ni en los aportes que han hecho sus gestiones en la promoción de las libertades públicas y la redistribución del ingreso.

Lo que deseo resaltar es la obra política que el profesor Juan Bosch legó al pueblo, sin emitir juicio de valor sobre si ese partido es hoy lo que quiso que fuera su fundador, por aquello de que no es posible bañarse dos veces en las mismas aguas de un río.

Lo primero que debería resaltarse es que como presidente y líder del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), Juan Bosch obtuvo niveles de gloria política y personal que desearía obtener cualquier mortal, por lo que desde ese punto de vista no parecía sensato que a sus 64 años se embarcara en tan difícil y difuso proyecto político.

Bosch hizo un esfuerzo importante para convertir al PRD de entonces, en un instrumento de liberación nacional, una tarea gigantesca que debía comenzar por la educación política de su dirigencia y militancia, programa que se inició con el primer Círculo de Estudio dirigido a los miembros de la Comisión Permanente.

No pasó mucho tiempo, desde su retorno a República Dominicana desde Europa, en 1970, para que Bosch se convenciera de que ese PRD había cumplido su papel histórico.

Difícil fue para el ciudadano ordinario entender cómo un líder como Bosch, renunciara a la presidencia del partido de masas más grande que había conocido la historia política del país, para hilvanar la conformación de un partido de militantes y cuadros políticos.

Yo tenía 17 años y era un dirigente estudiantil cuando Bosch estremeció a la clase política al anunciar su dimisión, en 1973 y, obviamente me inscribí de inmediato en ese proyecto que adoptó la consigna de “servir al partido para servir al pueblo”.

El PLD es un legado de Bosch y un patrimonio político del pueblo que ningún dirigente o grupo partidario debe destruir o desvirtuar, porque algún día tendrá que completar, junto a otras fuerzas políticas progresistas, la obra inconclusa de Juan Pablo Duarte.