Los dirigentes del Partido Revolucionario tienen entre ellos, desde hace muchos años, grandes deudas por cobrar.
Ni siquiera para las elecciones del 2000, cuando Hipólito Mejía ganó la candidatura de su partido con un 76 por ciento, los dirigentes se unificaron.
Entre ellos, la característica principal es la de ser más enemigos entre sí de lo que pueden serlo de sus adversarios.
Eso volvió a ocurrir para las elecciones nacionales de 2008 y para las congresuales y municipales de 2010.
En la primera ocasión, Miguel Vargas Maldonado no contó con el apoyo de esperar de los grupos de Hipólito Mejía, Guido Gómez Mazara y los dos o tres cacicoides inorgánicos.
Y en la segunda, Vargas Maldonado trató de impulsar a sus candidatos a senadores, diputados, síndicos y regidores pero Mejía, Gómez Mazara y el otro grupo decidieron concentrar todos sus esfuerzos en el respaldo de los suyos.
Por eso el PRD obtuvo una votación partidaria mayor que la del Partido de la Liberación, sin ganar siquiera un senador.
La división entre los dirigentes se sintió con fuerza en la falta de respaldo al candidato presidencial de 2008 aunque no tuvo ese efecto para las congresuales y municipales de dos años después.
Los candidatos a diputados, alcaldes y regidores de los diferentes grupos coincidían en el partido que los postulaba, lo que no permitió que la división hiciera la mueca de derrota que logró en las presidenciales de dos años antes.
En esta ocasión, y lo debe saber muy bien Mejía, su campaña presidencial hacia el 2012 tendrá que buscar la compactación de las masas perredeístas que sí son solidarias con su organización y atraerse al sector de clase media en sus tres estratos y de clase alta donde, aún una minoría, residen votos capaces de decidir la balanza electoral.
El candidato del PRD contará con el respaldo de su aliado Gómez y con el respaldo condicional de los cacicoides inorgánicos pero no puede dormir del lado que soñaría con el apoyo de Vargas Maldonado y su gente.
De este último grupo, como ha ocurrido siempre en el pasado, los perredeístas de la base y de sectores medios harán causa común con su partido y activarán en campaña pero los dirigentes se sentarán a esperar que la derrota de ese candidato les parezca la victoria que no obtuvieron en la convención del 6 de marzo ni en las elecciones de 2008.