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Atracos por pi pá

Atracos  por pi pá

Suelo decirles a mis amigos de reminiscencias, conocidos y de intereses creados, que cuando vengan a reencontrarse con su terruño, media isla de dejar pasar y dejar hacer, hagan testamento, por si acaso.

Ellos ríen y yo también. Pero les digo, que además de andarse con cuidado, no bien pisen un pie, sin beso a la tierra, tanto de día como de noche, se tiñan un poco la piel, para que se les note menos que no viven aquí, que por la echadita de libras y las remúas no se preocupen, el “Abajo Butí”, ha resuelto el gran problema del vestir a la moda e igual que la comida chatarra, para parecernos a los de allá sin habernos ido de aquí; que lo que tienen que evitar es que les den un susto por un intento de atraco, con evitarlo ya van ganando.
¿Desacredito a mi adorada isla (no medía) con tamaña información? Pienso que no.

Contrario al que va a otros países de que les pase algo, es algo remoto, casi nulo; contrario al que viene para acá, criollo o no. Que se informen con las instituciones extranjeras de dar estadísticas, organismos internacionales de diferentes denominaciones y propósitos, si este país es lo que dicen los que nos gobiernan.

Que por aquí a los únicos que no les pasa nada es al Presidente y Vicepresidente de la República, que ni los generales ni coroneles se salvan de que les den un susto de intento de asalto, y menos sus mujeres e hijos. No hay dominicano, incluyendo a los que están enterrados, excepto del susto ante aludido y que el “descuidita” con lo que le toca por destino. Que esas estadísticas están al pecho, ¿traumáticas? Tal vez, lo que quiero evitarles es: ¡Ay, ay, se me muere Rebeca! Con la mano al caco.

El ruido de un motor, caminar de noche o de día, visitar lugares que antaño se iba como si fueran los mismos y no tomar las medidas correspondientes, es el canto de sirena más cercano a esas experiencias terroríficas de ser atracado.

Por suerte no se reproducen como verdolaga, ¡Gracia a Dios¡ pero esos dos o tres ponen en zozobra a cualquier sector, pueblo o calles, que en los barrios y pueblos todo el mundo sabe quiénes son.

Mis adorados compueblanos que aspiran a volver a su amada Isla deberían leerse esos informes y puedan presionar a los políticos en el poder, encargado de la seguridad ciudadana sean más eficientes. Que al informarse del viajar a su terruño dejen atrás la nostalgia, ¿acaso no consiguieron lo que querían, que era irse, estar del otro lado, deseando volver, aunque no vuelvan jamás a vivir?.

Los medios masivos de comunicación cantaletean, escriben y piden a Dios, con todo tipo de cadenas de oraciones, que se haga algo con la inseguridad ciudadana, por supuesto negado por las autoridades al minimizarla. Yo en su lugar haría lo mismo. Para no hacer lo mismo tendría que ser como ellos, no en las palabras sino en los hechos. ¿Pretendo que nuestros compueblanos no vengan a su país?.
Al sugerir lo del testamento lo que hago es que si vienen se muevan con cien ojos, que un solo de esos cien que pestañee, ahí pagan la que no deben, o quizás deban. Nuestras calles, sin importar el lugar adonde vayamos, la seguridad está en mano de la suerte, nada más hay seguridad para la salida y puesta del sol e igual que para la luna y las lluvias, y no exagero.

Las estadísticas y los informes internacionales están ahí y si mienten, como aluden las autoridades, con pique, el primero en alegrarse soy yo, poniéndole fin a mi experiencia personal de ser atracado y las de tantos conocidos, que solo se van a recuperar cuando vivan entre sombras.

Por eso cuando los encargados de la seguridad ciudadana vayan a encantarlos a los países con cantos de serpientes y loas a la patria ausente, en busca de apoyo económico para candidatearse a presidente, donde ustedes viven, además de amenazarlos con no enviar remesas, ni cajas ni nada por un mes, les recriminen, que ellos no hacen nada para que el que viene camine, sueñe y despierte sin la pesadilla de que no bien frene un motor o se le pare al lado, no piense, ¡Oh, Dios, ya me jodí! Con el corazón y los nervios en banda. Por los turistas que se preocupe Santa Cachaza.
El autor es escritor.

El Nacional

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