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Botellas de vino, fiestas, comida, desayuno y cena, al ser consumidos segregan una sustancia, que coloca subliminalmente en el cerebro el nombre de los candidatos donadores. Cuanto más invierte un aspirante, mayores son sus posibilidades de triunfo. ¡Dadme cuarenta millones de pesos y te pondré un rector! Expresión hija de los aires mercantilistas que soplan en la UASD del momento.
La aparición de la figura del acreedor es parte del mismo proceso.
Lo que acontece en la universidad es reflejo simplificado de la sociedad del espectáculo, caracterizada por el francés Guy Debord (1967) como la “afirmación de la apariencia” y “la falsa conciencia” o como aquel espacio social donde los sujetos asisten a la pérdida del sentido real de sus vidas, y donde al final se tornan impotentes para distinguir los medios y fines de la propia existencia.
Una prueba de esto, es que el dirigente o autoridad, no establece el necesario correlato entre el accionar de cada día, y las normas de la institución.
Antes, llegar a rector o a cualquier puesto de dirección era un medio para promover cambios y transformaciones, hoy, se ha convertido en un negocio donde se invierten millones de pesos, y es de suponer que dicha inversión se recupera con creces.
Es obvio que este punto es delicado, porque trae consigo muchos males y peligros para la institución, y hasta para la integridad física de las personas que asumen la responsabilidad en estas negociaciones.