Líderes de barro
Señor director:
La democracia no ha pasado de ser un traje hecho a la medida. Sigue siendo una ilusión la frase lapidaria de que el gobierno es del pueblo, para el pueblo y por el pueblo. Lo eterno, es la lucha de contrarios en la búsqueda del poder.
Pero el hombre sigue con la esperanza de una etapa donde se respeten los derechos humanos, haya integración económica y no haya ni minorias ni mayorías.
La revolución del proletariado tenía en sus alforjas esos ideales, pero ni un baño de sangre lo pudieron lograr. El barco zozobró un día cualquiera y la perestroika se lo llevó al fondo del olvido.
Pero lo ideales enmarcados dentro de los sueños de redención siguen ahí, sin etiquetas, a la espera de que se den las reivindicaciones que hoy son más difíciles que nunca. La confrontación que se necesita para los cambios, no va de acuerdo con el lenguaje de estos tiempos.
Se habla de concertación y diálogo. Sentarse a tomar el café los patronos y los obreros, los ricos y los pobres, los revoltosos y los religiosos, en fin, hablar para que todo siga como está.
En este siglo 21 es difícil, por no decir imposible, encontrar al líder único. Al hombre que sobre sus hombros encarne todo el proceso de lucha, sea política o sea armado. Los diferentes segmentos de clase hacen que no todos se sientan representados al mismo tiempo por una voz atimplada.
Sin embargo, existe la coyuntura, las circunstancias, donde por breve tiempo hay un interés máximo, y todos se unen para lograr esa meta. Una acción que puede durar siglos, o tan solo segundos, pero que será tan efímera como la inexorable marcha del tiempo, o de una estación del año.
El liderazgo de hoy no es en base a encabezar conciencias y multitudes, sino de saber concertar, de dialogar, de unir las aspiraciones y exigencias de sectores diferentes, para que cada cual tenga una cuota de sacrificio y poder.
De hecho, el líder es frágil y olvidadizo. Cumple su rol y lo termina antes de que pueda saborear el triunfo. Cuando se quiere dar cuenta, ya es parte del ayer, y nuevas caras y partidores del pastel, están convidando al nuevo festín.
Todo cambia y todo termina, pero las necesidades humanas son las mismas, siempre en espera de un redentor que en definitiva tendra los pies de barro y la cabeza llena de sueños y pesadillas.
Atentamente,
Manuel Hernández Villeta