Opinión

Catalejo

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La violencia continúa siendo un fenómeno preocupante en la sociedad. Su estudio es hoy una prioridad en el ámbito académico y en los foros internacionales donde se debate la seguridad ciudadana.

Esa conducta es una expresión de la agresividad innata del ser humano y de otras especies inferiores en la escala animal. El aprendizaje de la cultura violenta se inicia desde la niñez.

Así, un adecuado desarrollo psicosocial del infante puede prevenir la violencia; en nuestro país se hace cuesta arriba: Unos 85,970 niños están afectados por desnutrición crónica, según el Programa Mundial de Alimentos.

Martín H. Teicher, de la facultad de Medicina de Harvad, defiende la tesis de que el maltrato infantil «desencadena una cascada de procesos moleculares» que incrementa la agresividad.

No obstante, la repercusión de la violencia en la familia y en la sociedad debe considerarse en el contexto biopsicosocial. Sus causas son socioculturales, económicas, políticas, históricas, entre otras.

La generan la exclusión social y económica, analfabetismo, desempleo, marginalidad e inseguridad social, insalubridad y autoritarismo. Todas son en sí mismas expresión de la violencia.

El problema es grave. El doctor Roberto Briceño-León en un evento del CLACSO planteaba que para el 2001, ya morían de forma violenta en América Latina, unas 5 mil personas cada año.

A esa vorágine se le suma en las últimas décadas, el incremento del narcotráfico y consumo de drogas, así como la ostentación de riquezas fruto de la corrupción, sobre todo de quienes detentan el poder.

El español José Sanmartín sostiene que la exclusión social multiplica por cuatro el riesgo de violencia. Una advertencia oportuna a quienes sostienen las riendas del poder en la República Dominicana.

El Nacional

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