Gran activismo anticomunista de George W. Bush ayer, martes 13, justo una semana antes de salir de la Casa Blanca. Entregó la Medalla de la Libertad a tres de los incondicionales seguidores de la política de guerra impuesta por el poder estadounidense: Álvaro Uribe Vélez, John Howard y Tony Blair, presidente de Colombia el primero, ex primer ministro de Australia el segundo y ex premier de Gran Bretaña el tercero. Claro, Bush no pudo dejar de lado el tema de Cuba, porque, como dijo recientemente el comandante Fidel Castro, ha sido Cuba su obsesión.
Dado que no estará en la Casa Blanca el próximo 28 de enero, decidió adelantar la fecha del espectáculo anticubano de cada año, cuando reconoce a apátridas y a representantes de la sociedad civil financiada por Estados Unidos. Ayer martes, dijo que la difícil situación de Cuba ha estado cerca de mi corazón. Habló durante un acto en el que premió a un médico antiaborto que preside una organización financiada desde Washington y está detenido en La Habana.
Se presenta como un gobernante solidario con el pueblo de Cuba, cuando apenas el año pasado, tras el azote de los huracanes Gustave y Ike, la Administración que encabeza se negó a autorizar la compra de alimentos y medicamentos en Estados Unidos por la Revolución Cubana, porque los halcones a su servicio consideraron fundamental continuar la aplicación del criminal bloqueo oficializado en 1962.
Utilizaron las agencias a su servicio para convertir en propaganda una burda mentira: que la Revolución Cubana había rechazado la ayuda humanitaria.
La Revolución Cubana rechazó, es lo cierto, los condicionamientos, que convertían la oferta en una limosna que había que recibir de rodillas. Proponía Estados Unidos enviar los recursos a Organizaciones No Gubernamentales que debían recibirlos y administrarlos, descalificando para ello a las autoridades cubanas.
Además de ofender a las autoridades cubanas, se trataba de legalizar el financiamiento a la acción conspirativa, que, según han confesado dirigentes de la llamada sociedad civil (Laura Pollán y Oswaldo Paya, por ejemplo), no siempre llega a las manos de quienes consideran deben recibirlo.
En cuanto al tema migratorio, la Administración Bush y grupos insertos en otras instancias del poder estadounidense han protegido a quienes estimulan y financian el tráfico de cubanos indocumentados por México y por Honduras hacia Estados Unidos, delito que ha costado muchas vidas.
En el año 2006, la Administración Bush dio a conocer un proyecto de reforzamiento de la política anticubana. Anunció la asignación de 80 millones de dólares para ser desembolsados en dos años, 41 de los cuales debían ser destinados a financiar la contrarrevolución interna (31 para organizar actividades y pagar a los activistas y 10 para la gestión y otorgamiento de becas como parte del mismo programa), 24 para labores de propaganda (transmisiones clandestinas y acciones similares) y 15 para los esfuerzos internacionales, es decir, la política anticomunista desde España y otros puntos.
Nadie sacaría a Bush estas cuentas en los actos de ayer. En los escenarios en que habló, nadie le preguntaría por qué, llevando a Cuba tan cerca de su corazón, no se pronunció contra terroristas como Orlando Bosch y Luis Posada Carriles, confesos responsables de la voladura de una avión cubano en Barbados que causó la muerte a decenas de cubanos. Posada Carriles es protegido por Bush y sus colaboradores, quienes dieron órdenes a la ex presidenta de Panamá, Mireya Moscoso, de indultarlo junto a otros responsables de tráfico de armas para acciones contra Cuba.
Terrorismo del bueno es, para Bush y sus socios, el de Posada Carriles, Orlando Bosch y figuras similares, porque es ejercido contra Cuba. ¡Y es Bush quien entrega premios o dispone aplicar castigo en la mal llamada lucha antiterrorista! ¡Y es Bush quien dice tener a Cuba cerca de su corazón! Por el bien de Cuba, vale pedirle que no siga ofreciendo esas muestras de cariño…