Opinión

Cielo Naranja

Cielo Naranja

Solo a un caribeño se le ocurre ponerle el nombre de Cielo Naranja a una editorial en Berlín, donde los cielos son generalmente grises durante la mayor parte del año. Y solo a un dominicano que ama su país y su literatura, se le ocurre crear un mecanismo cuya función principal ha sido la promoción de la literatura dominicana.

Cuando a esa labor de promoción se suma la de investigación, y una pasión arqueológica en la búsqueda de postales, libros antiguos, manuscritos de la dominicanidad, que abarca varios continentes y tres décadas, entonces estamos frente a un escritor extraordinario, no solo por su capacidad de trabajo, sino por su amorosa dedicación a promovernos, en el quehacer escritural del mundo.

La semana pasada los y las seguidores de Miguel De Mena, nos reunimos en el Centro Cultural de España, donde se exhibieron las portadas de los libros publicados por Cielo Naranja.
Por Miguel dispongo de una maravillosa biografía de Simón Bolívar escrita por Juan Liscano y de las primeras ediciones de poetas como Eliseo Diego. Encontrar esos libros en Berlín y Praga devuelve la confianza en los libros y su inédito tránsito una vez salen a la luz. También por Miguelin supe del deseo de Brecht de poder ver la tumba de Hegel desde su ventana, y encontré sobre la tumba del filósofo los mensajes más insólitos.

Con esta exposición Miguel De Mena demuestra para que sirve ser diplomático, porque su Editorial es la referencia obligada para toda institución, que quiera mostrar lo que se ha producido culturalmente en el país. Ello ha implicado que nos traduzca y que rescate obras como la de Delia Weber y Amelia Francasci, así como materiales inéditos de muchos escritores.

Miguel aprovechó los treinta años para poner a circular las obras completas de Pedro Henríquez Ureña, en catorce tomos. Tarea ciclópea que se diluyó en notas de prensa, donde apenas se reseña la labor de casi tres décadas de intensa arqueología literaria, porque así somos, renuentes al reconocimiento y renuentes al agradecimiento, que Miguel distribuye a manantiales cuando habla del apoyo inicial de José Rafael Lantigua y de su amigo de siempre, José Antonio Rodríguez, en el logro de esta epopeya literaria.

Ahora solo esperamos que la Academia de Historia le entregue los libros que le faltan de la publicación de su colección de postales de Santo Domingo (50 ejemplares); que la Embajada nuestra en Berlín celebre su erudición y fama nacional e internacional, y que cada universidad se beneficie de la colección de catorce tomos de esa vida ejemplarísima que fue la de Pedro Henríquez Ureña, de quien Miguel es amante discípulo, e hijo.

El Nacional

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