Opinión

COGIENDOLO SUAVE

COGIENDOLO SUAVE

Del anecdotario de Francis Santana

Apenas salido de la adolescencia el destacado cantante dominicano Francis Santana unió a su hermosa voz y oído musical perfecto el dominio de la guitarra.

   Y no hay que tener dotes de adivino para saber que esta mezcla devino en vida bohemia con abundancia de bebidas alcohólicas, mujeres, y parrandas con frecuente contemplación de amaneceres.

   En  numerosas ocasiones el artista fue contratado para ofrecer serenatas, sobre todo por hombres que albergaban enamoramientos no correspondidos, o por amantes y esposos despechados  por el abandono de su pareja.

   En una ocasión un amigo lo invitó a compartir tragos con un hermano, sargento del ejército, amargado porque su concubina había roto la relación por sus aventuras pluriblumiles.

   Era tal el amargue del militar, que el hermano temía que pudiera atentar contra su vida con su arma de reglamento.

   En medio de las libaciones en una barra de la zona norte de la capital, el afligido varón repetía una y otra vez en la vellonera del establecimiento el bello bolero Tú me haces falta, del compositor Armando Cabrera.

   Cerca de las tres de la madrugada le pidió a Francis, con los ojos enchumbados de lágrimas, que fueran a darle una serenata a la mujer que con su negativa a la reconciliación le había sustraído libras a su anatomía.

   Quedó sobreentendido que la primera canción que interpretaría el trovador sería la que acompañó sus horas de amargue en el bar.

   – Pero quiero- dijo,  sin secarse los lagrimones- que la cante con el corazón, con el alma, con la mejor voz que le salga de la garganta, a ver si esa corazón de piedra vuelve conmigo, sacándome del infierno en el que me estoy achicharrando.

   Al llegar a la casa de la amada del hombre con las tres rayas en el uniforme castrense, el cantante afinó su instrumento, carraspeó para limpiar el entorno del galillo, y arrancó de inmediato con el popular bolero, al cuya letra añadía palabras melosas.

   “Ya que no puedo, chichí, decírtelo al oído, por la distancia cruel que nos separa, mamacita querida, puchunguita bella.

   Al inicio de la interpretación, el guardia mostró signos de complacencia en el rostro, pero se fue enseriando a medida que el bardo aumentaba los cuchicuchis acompañantes.

   De repente, el sargento agarró fuertemente por el cuello de la camisa a Francis, y le averió los tímpanos al gritarle:

   -No olvide, carajo, que aunque estemos peleados, esa mujer es mía, no suya.

El todavía bohemio trovador afirma que ha sido la ocasión en que mas rápidamente se le ha quitado un jumo, y también su única serenata de una sola canción.

El Nacional

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