En nuestra columna anterior señalábamos, con preocupación, que los países desarrollados del mundo, Estados Unidos, los de Europa y Japón, excluyendo otras sociedades de extraordinario desarrollo tecnológico, particularmente en el sector agrícola, no estaban en capacidad para producir los alimentos que consume y reclama la población mundial. Lo que debimos haber afirmado con responsabilidad era, en la realidad de los hechos, que el sistema capitalista ha fracasado. Así es y no de otra manera. La ambición, el afán de lucro y enriquecimiento, a costa de la explotación de millones de seres humanos, llevó a los políticos de esas naciones a impedir por todos los medios que otros pueblos, particularmente los más pobres de África, Asia e Hispanoamérica desarrollaran por el esfuerzo de su trabajo y la riqueza que la naturaleza le había dispensado, grandes zonas de producción de los alimentos necesarios para su sustentación.
El caso de nuestro pueblo es un ejemplo incuestionable de lo que afirmamos. Juan Bosch lo advirtió con tiempo, hace más de cuarenta años, cuando, documentos en manos, denunció, con el valor y la responsabilidad que le caracterizaban, la política del gobierno de Estados Unidos y sus agencias, que pusieron en ejecución en nuestro país el proyecto para desmantelar la producción arrocera y desmantelar total y definitivamente el Consejo Estatal del Azúcar, antigua Azucarera Haina, propiedad de Trujillo, que había convertido a la República Dominicana en el segundo exportador de azúcar en el mundo. Joaquín Balaguer, quien gobernaba el país, instalado por la política imperialista de Estados Unidos en mayo de 1966, prestó oídos sordos a la denuncia del gran maestro dominicano y de América.
Cuarenta y cinco años han transcurrido desde aquellas dramáticas denuncias, y ahora estamos pagando las consecuencias, trágicas, dolorosas, al parecer insalvables, de aquella política de agresión de la nación más poderosa del mundo contra este pueblo legendario, veterano de la historia y David del Caribe. La industria azucarera quebrada, los ingenios desmantelados y sus maquinarias robadas y vendidas como hierros viejos, las vías férreas desmontadas y la inmensa ganadería propiedad de ese complejo también sustraída y repartida en forma rufianesca y canallesca, por los gobiernos que sucedieron a partir del 30 de mayo de 1961, a la dictadura de Rafael Trujillo Molina, bajo cuya dirección política, asesina, intolerante, represiva y eficiente, organizó y convirtió a nuestro pueblo en una sociedad en la cual la pobreza existía, contrario a la miseria arrabalizada en la que viven hoy importantes sectores de la vida nacional.
Estamos ahora frente a un desafío que compromete seriamente al Partido de la Liberación Dominicana, que con el apoyo de la mayoría inmensa del pueblo dirige los destinos de la nación, por eso es necesario y honesto reconocer la valentía y la seguridad con que Leonel Fernández Reyna denunció y advirtió en su discurso del 27 de febrero la realidad dramática de este momento. Continuaremos