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Cuando se compraba para toda la vida

Cuando se compraba para toda la vida

No hace tanto tiempo como podría pensarse, cuando se compraba cualquier objeto pensándose que iba a ser para toda la vida, al igual que los compromisos que se adquirían entre las personas, desde el matrimonio hasta la ruptura.

El medio obligaba, aunque se fallara, ahora nadie obliga a nadie y todos les fallamos a todos. Ya la nobleza no obliga sino el tigueraje y la irresponsabilidad y “¡Qué me importa a mí lo que digan!” Culpar a los políticos sería una buena salida o excusa, con todo y que gran parte de las culpas de que esto ande mangas por hombros la mitad de la culpa es de ellos y la otra, sería mejor pensar que somos los que los elegimos y volvemos y los reelegimos.

Se compraba una nevera bajo el supuesto que era para toda la vida y, si la nevera tenía veinte años funcionado sin problemas y se deñaba, se terminaba diciendo que esa marca no servía para nada. Lo mismo pasaba con los zapatos, la camisa, el pantalón y ni decir de los utensilios de la cocina, cualquier madre, se sentía orgullosa que con el caldero había alimentado dos o tres generaciones. Los acompañaban las camas, los muebles y un largo etc., de objetos vario pintos, necesarios para el diario vivir. Todo tenía la impronta de la eternidad, aunque no fuera cierto, como al afecto sucedía. Mi padre era zapatero y un cliente mandaba a poner un taco y al mes se aparecía diciendo que la postura no había servido, por supuesto que mi padre no le preguntaba que cuantas veces se había quitado los zapatos excepto para dormir.

Lo mismo pasaba con los materiales de trabajar, lo que en ese entonces era algo corriente podría ser que sean mejores que los que ahora son de primerísima calidad porque lo diga una etiqueta. No voy a caer en gancho a culpar a China, para que no haya represalia. Algo oriundo de Alemania era para toda la vida, de USA e inclusive los de producción nacional. Un tenis Paseo siete vida le daba treinta patadas a un Jordán de ahora, echo en China, Tailandia, Vietnam… Lo mismo se pensaba de los gobiernos que se creían que eran eternos.

Trujillo, Balaguer u otros años después nos azararon.
De pronto todo cambio, la duración de las cosas cambiaron sin nadie darse cuenta, excepto los que las fabricaban, que fabricaban cosas que no servían para nada, pero era probable que los que las consumían tampoco.

¿Cuándo las cosas dejaron de ser eternas? Quizás cuando empezaron a adquirirse sin necesidad y no porque el dinero apareciera con facilidad. Don dinero siempre ha sido resbaladizo. Vuelvo a culpar a los políticos, terminaron con más tigueraje que los que los elegían. Político es todo aquel que se cree predestinado y cual sea la profesión, liberal o no, termina decepcionando. Nos hemos acostumbrado a lo desechable, sin sueño y sin exigirles que cumplan con su deber y cuando no se les obliga, no hay quien salga a camino como sociedad, ni oraciones de buena fe de los “malos” que valga. Hay que pretender el imperio de las cosas bien hechas sin importar lo que sea, que va desde el simple pincho hasta un sujetador de pelo.

Además, de que las cosas estén bien hechas hay que cuidarlas. No cuidamos y los que las hacen lo saben, sin importar lo que cueste. Ahora, marcas antiguas o modernas, basura de la misma especie, que antes eran todo lo contrario. Aparentemente no hay salvación. Además, que todo es acumulación. Donde todo es por mucho, la calidad no se puede apreciar ni se toma en cuenta el esfuerzo que costaron. No es que se pretenda que cada quien tenga lo necesario, sino que lo que se posea valga la pena poseerlo.

Cambiar por cambiar no es buen consejo, sin embargo, es lo que prima. Una unión de pareja de antes, aunque se rompiera al otro día, se llegaba a pensar que era para siempre. El “Yo” acepto, de antes es ahora el camino al motel y el camino a la iglesia es con el dedo cruzado a la espalda o dentro de los bolsillos con: “¡Oh Dios, en que lío me he metido!”

Si cambiamos nuestras actitudes hacia lo que consumimos, en esa misma medida mejoramos algo. Si no les damos el valor justo a las cosas, pues no dejamos de ser cosas, aunque pensemos lo contrario, a jodernos a caballo vamos encaminados. No hay que volver a que las cosas sean como antes, imposible, pero si como sociedad e individualidad.

El autor es escritor.

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