Una de las preocupaciones fundamentales detrás de las entidades de intermediación financiera consideradas “demasiado grandes para caer” reside en que al considerárseles como tal se incrementa el riesgo moral (del inglés “moral hazard”) y ponen en peligro la estabilidad del sistema. Mucho ha llovido desde los rescates del 2008 en el sistema financiero de los Estados Unidos, y si bien la idea de un mayor riesgo moral en los bancos “demasiado grandes para caer” ya no luce tan clara, si se considera lo dictado por la Ley Dodd-Frank y lo ocurrido en recientes episodios sistémicos, esta no deja de ser relevante en la definición de políticas de regulación financiera.
La idea detrás de un incremento en el riesgo moral de los bancos considerados “demasiado grandes para caer” consiste en que éstos al ser vistos como tal por los reguladores o por ellos mismos, éstos entiendan que pueden asumir mayores riesgos en sus operaciones con la expectativa de que en caso que las cosas salgan mal el Estado vendría en su rescate. En efecto, la forma en que se produjeron los rescates de los bancos sistémicamente importantes en el 2008, luego de la caída del gigante Lehman Brothers, podría llevar a esa conclusión.
La urgencia para actuar ante un colapso total del sistema financiero llevó a los reguladores de los Estados Unidos a elegir entre una compra masiva de activos tóxicos del sistema o una inyección directa de capital en los Bancos más grandes. Si bien al final la opción elegida fue una inyección directa de capital, ambas opciones dejaron en claro que el Estado estaba dispuesto a asumir las consecuencias de los riesgos asumidos por el sector financiero antes que permitir su caída, en desmedro de accionistas y obligacionistas. Esto levantó las alertas de riesgo moral para todo el sistema, y elevó los temores de que los bancos asumirían mayores riesgos en sus operaciones con la expectativa de que el Estado asumiría las pérdidas en caso de que ocurrieran. Hoy en día eso no resulta tan claro.
Las experiencias de caídas recientes, como las de Dexia N.V./S.A. (Bélgica) y Banco Espirito Santo, S.A. (Portugal), que si bien no fueron significativas dentro del marco regional de Europa, sí eran “mini gigantes” en sus respectivos países, demuestra un interés de los reguladores de mandar el mensaje de que sí existen riesgos para los bancos involucrados en episodios sistémicos. Escindidos en bancos buenos y malos, hoy los Estados de Bélgica y Portugal fungen como únicos accionistas respectivamente de Belfius Banque, S.A. (sucesor de Dexia) y Novo Banco (sucesor de Banco Espirito Santo), quedando los antiguos directores, así como los accionistas y obligacionistas subordinados, obligados a asumir las pérdidas incurridas por los bancos “malos” que persisten con todos los activos tóxicos de los bancos intervenidos. Más aún, en Estados Unidos, la Ley Dodd-Frank del 2010 reduce la posibilidad de que rescates abiertos como los del 2008 ocurran y que, en cambio, las escisiones como las realizadas por Bélgica y Portugal sean la respuesta más probable, aunque quede por ver la capacidad de ejecutarlas en bancos de tamaño más considerable.
Uno de los problemas fundamentales del concepto “demasiado grandes para caer” a nivel regulatorio, es que solo enfoca una porción de un problema más grande, algo que fuera analizado posterior a la crisis, pero que no fue muy tomado en cuenta al momento de redactar las reglas. El problema de los bancos “demasiados interconectados para caer” es uno del que me gustaría abundar en una próxima ocasión.