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Derrota merecida

Derrota merecida

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Excluido Bosch del trazado de las líneas tácticas y estratégicas del PLD, los llamados a darle continuidad a lo que él, con legítimo orgullo proclamaba como su obra política cumbre, a poco tiempo demostraron que disentían de manera plena de los mecanismos a los que hasta entonces se había recurrido para hacer avanzar los objetivos partidarios.
Por el contrario, sus hechos demostraron que denostaban el camino transitado por considerar que, por ese sendero, la ruta hacia el Palacio se hacía cuesta arriba. Partieron de la premisa de que resultaba necesario asumir formas tradicionales de ejercicio político en este país, suponiendo que, por esa vía, podrían eternizarse en la conducción del aparato público dominicano. Si bien es cierto que el partido había surgido en 1973, en ese momento quedó refundado lo que devendría en una organización que nada tenía que ver con las motivaciones fundacionales del primero.
Los postulados esenciales del egregio fundador fueron traicionados, echados en el cesto mugroso colocado al lado del legendario árbol de limoncillo de la simbólica Casa de la Calle Cervantes y suplantado por el nefasto librito de Joaquín Balaguer, magnífico para conquistar y preservar poder, pero absolutamente inútil para alcanzar el desarrollo nacional y construir una auténtica democracia.
Después de tanto estudiar historia de la humanidad y abrevar en lecciones derivadas de luchas políticas emblemáticas, el discipulado mostró incapacidad para comprender que las consecuencias surgidas de esa nueva actitud apenas se traducen en satisfacciones hedonistas e individuales, pero profundizan la miseria de los pueblos y obstaculizan el propósito de institucionalizarlos. En esa dirección han continuado y todavía pretenden, pese al varapalo del 15 de marzo, continuar subidos en el pedestal edificado por su soberbia y arrogancia.
No se percatan, en su borrachera de opulencia, de que la opción de ejercicio público que eligieron está irremisiblemente agotada; que este país los descubrió en su falsía; en sus maneras corrompidas de conducir el Estado; en su espaldarazo a su propia impunidad y en su gula insaciable por controlarlo todo sin reparar en el precio que pueda implicar. El momento de pasarles factura y llamarlos a capítulo se inició y aún falta por recibir la más drástica sanción cuando sean echados como merecen de un sitial que no supieron honrar.
Después, será tarde para lamentos. Aquella organización de vanguardia, paradigma de estéticas creativas en el quehacer político, quedó rezagada ante un pueblo que, por fin, empieza a despertar.

El Nacional

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