Al conmemorarse hoy el 204 aniversario del nacimiento de Juan Pablo Duarte, fundador de la República, buenos y verdaderos dominicanos están compelidos a reflexionar de manera profunda y responsable sobre el presente y futuro de la nación, atascada en la discordia y la incomprensión.
Duarte fue ejemplo de consagración y sacrificio en la extraordinaria empresa de constituir una patria auténtica, libre, solidaria para cobijar a un pueblo digno bajo un régimen de libertades plenas, sustentado en el sagrado principio de independencia y soberanía.
Con menos de 25 años de edad, el prócer emprendió la empresa separatista, no sin antes sembrar entre los suyos la simiente anti colonialista de que la República soñada ha de ser libre de toda potencia extranjera o se hunde la isla.
Muchos años antes del trabucazo de 1844, la pasión separatista de ese insigne apóstol de la libertad se desbordaba en su corazón como torrente de lava proveniente de un intenso volcán. Y fue así como su innegable talento y liderazgo atrajo a otros muchos jóvenes a su empresa independentista.
La egregia figura del Padre de la Patria se presenta difusa o borrosa ante nuevas generaciones, que no alcanzan a comprender la magnitud de su obra ni de su ejemplo, por lo que urge que Gobierno y sociedad mancomunen voluntad y esfuerzo en la tarea de difundir entre la juventud su auténtico perfil.
Hoy, como nunca, la República, cuya soberanía sufre el flagelo de nuevas formas de colonialismo, traicionada por malos hijos del linaje del Marqués de las Carreras, requiere cobijarse en el frondoso árbol de la dignidad y de los valores patrios sembrados por Duarte y los trinitarios.
El olvido o indiferencia ante la magna obra duartiana ha sido la causa primigenia de todos los males que padece o ha padecido la nación dominicana, incluido la sumisión o complicidad ante la tiranía u opresión, corrupción e injusticia.
Una patria agradecida festeja hoy el natalicio de Juan Pablo Duarte, padre de la nacionalidad, forjador de la independencia y de la soberanía nacionales, cuyo ejemplo ha de atesorarse por siempre en los corazones de todos los buenos dominicanos.