Simón Bolívar, Libertador de las Américas y su ferviente seguidora, amante, admiradora, la Condesa francesa Franny Du Villard, entre los años 1804 y 1830, se escribieron cientos de cartas de amor del ayer, no del de hoy, y la historia refiere que ella fue su confidente, en nombre de la independencia que conquistó el Libertador y Genio.
El 6 de diciembre de 1830, once (11) días antes de morir, Bolívar escribe su última carta a puño y letra a Franny, así:
Querida Prima:
¿Te extraña que piense en ti al borde del sepulcro?
Ha llegado la última hora, tengo al frente el mar Caribe, azul y plata, agitado como mi alma por grandes tempestades. A mi espalda se alza el macizo gigantesco de la sierra con sus viejos picos coronados de nieve impoluta como nuestros ensueños de 1805.
Por sobre mí, el cielo más bello de América, la más hermosa sinfonía de colores, el más grandioso derroche de luz.
Y tú estás conmigo, porque todos me abandonan; tú estás conmigo en los postreros latidos de la vida, en las últimas fulguraciones de la conciencia.
¡Adiós Fanny! Esta carta, llena de signos vacilantes, la escribe la mano que estrechó las tuyas en las horas del amor, de la esperanza, de la fe.
Esta es la letra que iluminó el relámpago de los cañones de Boyacá y Carabobo; ésta es la letra escrita del decreto de Trujillo y del mensaje del Congreso de Angostura.
¿No la reconoces, verdad? Yo tampoco la reconocería si la muerte me señalara con su dedo despiadado la realidad de este supremo instante.
Si yo hubiera muerto en un campo de batalla frente al enemigo, te dejaría mi gloria, la gloria que entreví a tu lado en los campos de un sol de primavera.
Muero miserable, proscripto, detestado por los mismos que gozaron mis favores, víctima de un inmenso dolor; presa de infinitas amarguras. Te dejo el recuerdo de mis tristezas y lágrimas que no llegaran a verter mis ojos.
¿No es digna de tu grandeza tal ofrenda?
Estuviste en mi alma en el peligro, conmigo presidiste los consejos del gobierno, tuyos son mis triunfos y tuyos mis reveses, tuyos son mi último pensamiento y mi pena final.
En las noches galantes de Magdalena, vi desfilar mil veces la góndola de Byron por las calles de Venecia, en ella iban grandes bellezas y grandes hermosuras, pero no ibas tú; porque tú flotabas en mi alma mostrada por las níveas castidades.
A la hora de los grandes desengaños, a la hora de las últimas congojas apareces ante mis ojos de moribundo con los hechizos de la juventud y de la fortuna; me miras y en tus pupilas arde el fuego de los volcanes; me hablas y en tu voz escucho las dianas de Junín.
Adiós, Fanny, todo ha terminado. Juventud, ilusiones risas y alegrías se hunden en la nada, sólo quedas tú como ilusión serafín de Primavera, señoreando el infinito, dominando la eternidad.
Me tocó la misión del relámpago: rasgar un instante las tinieblas, fulgurar apenas sobre el abismo y tornar a perderme en el vacío.
Santa Marta, 6 de diciembre de 1830