Opinión

 El anhelo de justicia    

 El anhelo de justicia    

Participé recientemente en una vigilia por la paz, una muy civilizada manera de exigir justicia por el asesinato de Guillermo Moncada, quien en noviembre del 2011 fuera víctima de 12 balazos a manos del homicida Rafael Emilio González Alvarez, por un asunto relacionado a un parqueo en el ensanche Naco, del Distrito Nacional. La vigilia fue organizada por parientes y allegados de la familia de la víctima, quienes anhelan que la justicia se haga realidad. Esa expresión civilista es también una manera de exorcizar el fantasma de la justicia tardía o mediatizada, y en el peor de los casos, el fantasma de la impunidad.

 Aunque esto no es un consuelo para quien sufre una pérdida de esa magnitud, lo cierto es que el caso Moncada es uno entre miles donde mujeres y hombres han caído como víctimas de la ira incontenible y de la intolerancia. Crímenes de esta naturaleza son un reto, no solo para la justicia dominicana sino para los profesionales de la conducta y de la sociología, pues implica saber o más bien comprender qué pasa en un cerebro cuando alguien es capaz de disparar tantas balas sobre la misma persona ya inerte. Este tipo de hechos deja un trauma social que demanda terapia colectiva.

 La familia de Moncada, sabiendo de la cultura de impunidad, expresa su preocupación. Ya han comenzado a  inquietarse por los tantos reenvíos e incidentes de los abogados de la defensa de González Álvarez, asunto que es facilitado por el actual Código Procesal Penal. Hace varios años muchos sectores de la sociedad han propuesto que sea modificado dicho Código, pues este favorece  más a victimarios que a las víctimas. De no tomarse alguna medida, la justicia seguirá siendo vista como un pájaro huidizo cuyas alas se abren para acampar en el nido de los intereses económicos.

Entre reenvíos y reenvíos  han pasado siete meses desde que ocurrió el hecho, y esta familia    advierte el riesgo de que venza el tiempo de la medida de coerción (un año) sin llegar a juicio de fondo, y el victimario pueda evadir el castigo. Es necesario que se le ponga un límite razonable a esta práctica, pues la misma incita al desaliento de las víctimas y sus familiares. La vigilia de la familia Moncada encierra interrogantes, pues no solo es un ejercicio de decencia y civilidad, sino un llamado a la atención frente a los temores e incertidumbre sobre el rumbo que pueda tomar el proceso. Que una persona o grupo de ellas organicen una actividad pública para hacerse sentir en tal circunstancia, debe preocupar a quienes administran justicia. Debe llegar un tiempo en que a las víctimas y a sus familiares se les trate  con mayor dignidad y misericordia.

Esta vigilia y cualquier otro esfuerzo que contribuya a llamar la atención para que las instituciones competentes actúen en sintonía con la necesidad de la sociedad, vale la pena.                     

El Nacional

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