Solidarios hasta el dolor, como Teresa
La semana comenzó cínica y burlona, divertida y porno, con unos señores periodistas reunidos en procesión mediática en un hotel de cinco estrellas con el objetivo de revivir a Isabel Sarli y reducir a felaciones, celos y trilogías todo un entramado de narco y lavado.
Así comenzó y así debió seguir, en la chercha que es lo nuestro, el cogeloquéstuyo, amor, el sálvese quien pueda, y ¡A vivir, que son dos días!
Pero ya ven, que Dios y la María tienen sus juegos o sus descuidos, la madre naturaleza no es tan perfecta como dicen los científicos, y sobre todo no es tan justo el mundo como a sus nietos les cuentan los abuelos.
Y aquí estamos, en el consternado horror de ver el dolor obsesionarse en visitar una patria, esa, la que más caro pagó su libertad, la más digna en su historia, la más heroica en sus gestas, y Napoleón Bonaparte y Le France bien que lo saben, lo supieron.
Para describir lo ocurrido en Puerto Príncipe no hay palabras, y las imágenes por dolorosas y demoledoras no deberían ser ciertas, pero lo son. Todo es desolación y muerte allí.
No olvidemos que esta tragedia no ha llevado el hambre y el dolor a esta patria: tan solo las ha acentuado, pero con un énfasis diabólico, como si fuera cosa del Demonio o de algún Papa de la Inquisición. Hace décadas, siglos, que Haití paga con su pobreza y su hambre el atrevimiento de su primacía libertaria.
Ayer, gracias a la colaboración del Ejército Nacional, pudimos enviar a Puerto Príncipe al productor ejecutivo de nuestro matutino TV, El Bulevar, Pedro Mateo, -que viajó acompañado del periodista haitiano, Watson Balmyr- y lo que nos han traído para presentar a los televidentes es demoledor. (Es Haití, el hermano negro de un país mulato, con su noche larga, con su pena inmensa, fúnebre como el silencio, doliente como de olvido.)
Pero no lloréis. Ante el drama humano que Haití
nos presenta, se trata de pasar de la indignación a la acción, del desvelo a los hechos, de la palabra amiga a la colaboración efectiva: ¡Solidaridad hasta que duela, como Teresa! Nadie sabe en realidad por quién doblan las campanas