El Nacional
SANTIAGO.- A pesar de los esfuerzos desplegados en meses recientes, tanto por la Policía como por la Autoridad Metropolitana de Transporte en esta ciudad, los hechos siguen demostrando que el caos de vehículos y la ocupación de las aceras por parte de vendedores ambulantes continúan trastornando la existencia de peatones y conductores.
Hasta ahora de poco ha servido la resuelta decisión del general Alberto Eduardo Then, comandante policial de la plaza, de lanzar sus agentes a las calles y avenidas para convertir de nuevo esta ciudad en un lugar donde los ciudadanos puedan vivir con la mayor tranquilidad y facilidad.
En este esfuerzo hace algunos meses se hizo una mancomunión con los miembros de la Amet y todos (policiales y agentes de tránsito) tomaron las vías públicas para llevar a la legalidad y al respeto a los demás a quienes con el tiempo se han hecho dueños de las áreas por donde transitan los vehículos y las zonas reservadas para los transeúntes.
Sin embargo, los hechos demuestran que el desorden se ha enraizado de manera tan profunda entre los santiaguenses, que a las autoridades les está resultando difícil lograr los propósitos que se hicieron, a juzgar por el desorden casi generalizado que aún impera en esta ciudad.
En lo que tiene que ver con el desplazamiento de vehículos, especialmente aquellos que pertenecen a las diferentes rutas del transporte público, la situación luce inmanejable para los agentes de la Amet, especialmente en puntos neurálgicos por donde circula la ruta F, que comienza en el paupérrimo sector de Cienfuegos y serpentea una amplia zona del centro de la ciudad, tras deslizarse por el barrio Pueblo Nuevo.
Los choferes de esa ruta, compuesta por los vehículos más destartalados que existen en el concho local, los paran como mejor les convenga en esquinas como las conformadas por la avenida 27 de Febrero y España, al igual que por los alrededores de la parte lateral del hospital José María Cabral y Báez.
En ambas intercepciones lo normal es que ellos ocupen hasta los tres carriles de la avenida, a la espera de que lleguen los pasajeros. Y, mientras en esos y otros puntos los choferes del concho actúan de esa manera y a la vista de todos, no es común que las autoridades se presenten allí para poner orden.
Lo mismo se puede decir de otras rutas no menos importantes, como la C, que empalma la parte media baja de la ciudad con los sectores Los Ciruelitos, Buenos Aires, Manolo Tavárez, Los Salados, Los Reyes y Las Tres Cruces de Jacagua.
En lo que respecta a la ocupación de las aceras, especialmente al ser instalados negocios ambulantes que van desde frituras hasta puestos de gomas, pasando por extensiones de tiendas de electrodomésticos y ofertas de ropa y calzados, el drama no es menos desalentador.
La zona comercial de Gurabito, sólo superada tanto en exhibición como en volúmenes de ventas por los establecimientos comerciales localizados en el denominado Centro Histórico de la ciudad, es el más vivo ejemplo del irrespeto al derecho de los ciudadanos a caminar por sus aceras.
Y todo porque los propietarios de las tiendas hace tiempo que decidieron ofertar sus mercancías en el espacio que la ley reserva para los peatones, situación que se ha hecho tan común en el lugar que los afectados ya la aceptan con resignación, mientras los dueños de los negocios achican cada vez más el área construida originalmente para caminar.
Los puestos de comida se han constituido en otra suerte de estorbo, tanto en el centro de la ciudad como en los denominados barrios periféricos. Incluso, por doquier se observan violaciones al espacio de los peatones, pues algún padre de familia un día decidió instalar allí un negocio sin contar con la más mínima higiene, seguridad y comodidad.
Tal es el caso de un hombre y su mujer que colocaron una estufa, un cilindro de gas y una vitrina en la acera de la escuela México La Reforma, y allí, sin importarles el peligro que representa mantener encendido el fuego a pocos pasos del tanque del gas, venden sus productos a quienes desean consumirlos.