Eran las doce de la noche cuando Mayra comenzó a desesperarse y rodó la alta banqueta hasta una de las ventanas de su casa para quedarse fija mirando… y mirando.
Las horas pasaron y su marido no llegaba, ella, inquieta se paraba una y otra vez para luego regresar de nuevo a la banqueta, forzando acercarse cada vez más a la ventana, pero su embarazo de casi 9 meses se lo impedía.
Con la cara pegada a la ventana parecía rezar su más profunda oración para que la divinidad lo apareciera en la oscura calle pero miraba y solo veía la misma oscuridad.
Le dio sed, se paró de nuevo y tomó grandes tragos de agua… al rato regresó la misma sed y tomó la decisión de llevarse un vaso lleno del preciado líquido y colocarlo a su lado, como única compañía en aquella madrugada de larga espera.
No entendía porque él le hacía eso. Con apenas dos años de matrimonio y su vida estaba atada cada noche a aquella ventana de la que no podía despegarse hasta no verlo llegar sano y salvo a la casa.
De repente comenzó aquella picazón, primero despacio en uno de sus brazos, luego en una de sus piernas, despacio y desesperante.
Después aquella picazón colmó todo su cuerpo.
No podía dejar de rascarse una y otra y otra vez, hasta dejarse roja la carne, por la desesperación. A las mujeres nos pican las largas esperas, nos hacen sudar las desesperaciones y esta no era la excepción de la regla.
Serían la 1, las 2, las 3 cuando lo alcanzó a ver dando tropiezos en la calle, caminando despacio y perdido.
Tocó la puerta, ella le abrió y sintió como su cuerpo, cual bulto pesado cayó sobre ella desfallecido y oliendo a alcohol. Se alejó un poco para no afectar su embarazo con aquella cercanía forzada.
Apenas lo pudo sentar en una silla, vio sus ojos que miraban sin rumbo, mientras ella perdía las esperanzas de verlo cambiar.
Era así cada noche, entre caminatas, sentadas en la banqueta, grandes sorbos de agua para calmar una extraña sed y la picazón insoportable que puntualmente sentía después de las 12 de la noche, cuando pegaba la cara a aquella ventana.
Pensó y miró de frente al despojo humano que yacía con la cabeza baja en la silla. Lo miró largamente sintiendo que esa era la despedida, Se quitó la piel y no esperó más. Se fue