Richard Buckminster, un gran visionario norteamericano, expresó en 1981 “que la tierra es una nave espacial que se nos entregó sin manual de instrucciones”, agregando “que alguien debía tomar el timón para conducirla a buen puerto”.
Buckminster señaló igualmente el planteamiento realizado por el ex vicepresidente norteamericano Al Gore sobre la necesidad de que una “Generación de héroes” sea capaz de enfrentar los retos del calentamiento global sin discursos trasnochados, sin ostentaciones, sin sospechas, ni muchos menos al estilo del Prometeo o del Edipo que, en “El nacimiento de la tragedia”, expuso Nietzsche (1886).
Esta generación de héroes, desde luego, no podría cimentarse en nuestro país sino mediante el seguimiento de ejemplos concretos, alimentados desde una historicidad creíble y capaz de concordar con los contextos. Nuestra historia —la leyenda en que se asienta la gloria de la nación y el linaje de llamarnos dominicanos—, está llena de desapegos, serruchaderas y zancadillas, porque la matriz verdadera en la que nos reconocemos se descompone constantemente desde las cambiantes ideologías impuestas por los usurpadores del poder político.
Gregorio Luperón, aún contando con avenidas y calles que llevan su nombre, así como registros en la mayoría de los libros de nuestra cronología histórica relacionada a la guerra restauradora, ha sido distinguido generalmente como héroe y espada de la Restauración, soslayándose en esos textos que fue, además, un precursor porque profesó y enseñó doctrinas que coadyuvaron a librarnos del yugo imperial español y que, igualmente, se convirtió en prócer al participar activamente en el liderazgo y accionar de aquellos acontecimientos, relacionándose en estrategias y batallas, descollando como un triunfante guía.
En el libro de Jorge Zorrilla Ozuna, “Gregorio Luperón Padre de la Segunda República” (2016), el ex general desarrolla un estudio que trasciende lo meramente forense para internarse en una teoría del heroísmo que humaniza a Luperón desde la perspectiva memorable del ideal, desgajando las anécdotas insustanciales que siempre rodean al mito y creando la noción de un precursor, prócer y héroe anexado a un cambiante mundo que dejaba atrás los espacios temporales como muy pocos, en aquella mitad del Siglo XIX.
La noción desarrollada por Zorrilla Ozuna se aproxima a la teorizada por Regis Debray en su ensayo “Introducción a la mediología” (2000), en donde el filósofo francés enuncia que “somos la única especie animal susceptible de transmitir que lo vivido, profesado o pensado no muera con nosotros (ya que) es la diferencia entre la historia natural y la nuestra”.
Y desde este concepto de transmitir a los demás la verdad histórica, los hechos narrados desde la perspectiva militar, cívica y humana de Luperón, Zorrilla Ozuna nos devuelve a un precursor, a un prócer y a un héroe que vulnera —como un verdadero gigante de la historia—, las ficciones, anécdotas y sobrantes abultamientos mediológicos tejidos a su alrededor, para devolvérnoslo íntegramente como el ser humano que fue, aureolado por sus sacrificios y entrega a los intereses supremos del nuevo país que ayudó a fundar.