Los fenómenos de la naturaleza son unos, y los de índole social, son otros; el de la corrupción, por su propio origen, hay que buscarle soluciones ajustadas a la sociedad.
Los diferentes gobiernos que hemos padecido los dominicanos en los últimos años, todos han prometido al pueblo, enfrentar la corrupción administrativa, pero en lugar de hacerle frente lo que ha ocurrido es que la misma se ha desarrollado hasta el punto de que hoy arropa a toda la sociedad.
En diferentes artículos, charlas y conferencias hemos dicho que la corrupción, a nivel oficial, requiere de medidas de contenido político y legal, y que lo fundamental para combatirla con seriedad es que exista una voluntad política en las alturas consciente de la necesidad de que, en forma ejemplarizadora, se sancione a los que, en una u otra forma, dispongan de los recursos del erario y de las empresas del Estado.
Por esta misma columna dijimos, hace unos días, que no bastaba con la creación de un Departamento de Prevención Contra la Corrupción, si no existía una línea política que tuviera como directriz llevar a los tribunales a todos los que se han enriquecido con los dineros del pueblo.
Resulta sumamente difícil, por no decir imposible, que bajo el sistema social bajo el cual vivimos hoy los dominicanos se pueda atacar con firmeza, decisión, responsabilidad y seriedad el fenómeno de la corrupción.
No hay que se muy inteligente, ni invertir grandes recursos para investigar y comprobar los actos de corrupción. Muchas veces los robos de los dineros de erario son tan evidentes que no hay que hacer las largas y tediosas pesquisas para llegar a dar con los responsables del mal manejo de los fondos públicos.
Se requiere otro ordenamiento social, con nuevos partidos y dirigentes, para llegar a la erradicación de la corrupción.
Basta con tomar en cuenta que muchas de las organizaciones políticas tradicionales están dominadas por grupos que han hecho de la corrupción una forma normal de la acción política y que, por tanto, carecen de calidad para levantar bandera de decencia, de honestidad y honradez.
Los dominicanos y dominicanas no se deben hacer falsas ilusiones con relación a las promesas que hacen los políticos del sistema en el sentido de que una vez lleguen al poder enfrentarán la corrupción. No es cuestión de palabras, sino de hechos, y la realidad del país ha demostrado que el nivel de descomposición ha llegado a un grado tal que la corrupción tiene tanto poder que hace imposible, bajo las condiciones actuales, de enfrentarla con posibilidades de éxitos.