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El problema del bien

El problema del  bien

Más que el mal, el bien está de capa caída como el hombre lo entiende. Como el hombre lo expresa ante su semejante, la naturaleza o su interior.

La mención del bien y del mal es antiquísima. Lo que lleva a plantear, si al hacer el bien con la misma intensidad que se hace el mal, no tendrá, como al efecto, anularse mutuamente.

Si uno atrae al otro, ¿qué hacer? Si el uno sin el otro se auto anulan, ¿por cuál decidirse?
Bajo duda de hacer el bien se hace el mal. El bien se convierte en mal cuando nadie es capaz de prever en lo que pueda convertirse. Se tiende a pensar al bien, pero en la práctica de vida es al mal que se le sirve. ¿Cuál es el problema del bien? .

Es lo que podría estar pasando con la sociedad dominicana, que lo que se cree que viene por bien, termina siendo un mal. Lo terrible es lo que se hace por mal no se convierte en bien.

No hay que pensar mucho para llegar a esas conclusiones, además de que el mal aparenta ser exportable, contrario al bien. Lo que llevaría a pensarse que el bien y el mal se exportan como cualquier rubro y no paga impuestos y si lo hacen es a largo plazo.

Es el momento de tomarlos en cuenta, sin encuestas, para no terminar disparado, de cómo andamos, de lo terrible que nos estamos comportando como sociedad, en cualquier orden. “Como Dios solo come corazones limpios…” Eso cree el que cree que está haciendo el bien (la última palabra se sabe quién la tiene).

La falta de pensar en las consecuencias nos tiene rápidos. ¿Consecuencias del bien o del mal? ¿Quién sabe? Estamos en la balanza y debe ser para algo. Las distancias para hacer el bien o hacer el mal son franqueados a pie, aunque sus efectos más letales sean volando.

Por ascendencia de homos sapiens, se parlotea más del bien que lo que se hace. Nos encanta hablar más de las cosas que se hacen, que las que no se hacen, como si hacer el bien significa hablar o callar. Debería hacerse el bien y callarse al igual que el mal.

Una mínima conclusión: El asombro no tiene ya cabeza para los problemas de la sociedad, por no hacer las cosas como se deben hacer sino en las palabras y las consecuencias nos viven dando galletas y nosotros sin reaccionar con “hombría”. Al ponderar lo bien que estamos y solo es un grupo que lo está, es porque ese grupo hace lo que les da la gana.

Campea el mal en nuestro modus vivendis. Los resultados están ahí, a boca de jarro para que nos apotemen y no por un par de golpes sino por la cantidad recibida, por el acumulamiento de hechos que hablan por sí solos y gritan cómo andamos como país.

Violencia intrafamiliar, embarazos de menores, falta de oportunidades hasta para joderse más rápido, deudas sociales, drogas, corrupción, en fin… Ojalá que, al irnos a acostar, pensando el bien, no sea cual cuento del folklor: “Varita de virtud, con la virtud que tú tienes…”.

Ojalá y por estos lugares el bien buscara la equidad, en cualquier orden, digamos, ¿justicia? Con eso bastaría para empezar a “funcionar” mejor.

Para hacer el bien existe la postergación; para el mal, no bien se pondera, se abre paso a empujones por nuestro ser.

Tiende a avergonzar, al arrepentimiento el hacer el bien. Les exigimos demasiado, nos arrepentimos de haberlo hecho al minuto y, cuidado si antes de. Contrario al mal, que regocija, hace reír por dentro, tras haberlo cometido y no fue descubierto en lo inmediato. En el fondo sabemos que no vamos a salir impune ni de lo uno ni de lo otro.

He ponderado tanto al bien como al mal, porque es la manera como nos desenvolvemos en nuestras relaciones con el otro y con nosotros mismos en sociedad, confusiones de sentimientos, llamémosles.

El bien, es un huevo de dinosaurio; el mal, de gallina. Para creer lo que nos conviene, momentáneamente. Todo el mundo sabe a cuál de los dos huevos pertenece.
El autor es escritor.

El Nacional

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