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El reino Omega  y de lo urbano

El reino Omega  y de lo urbano

Las sociedades tienden a ser urbanas, y para sustentar esa apreciación nada más hay que darse una vuelta por cualquiera de nuestras provincias, esos queridos y añorados lugares donde 15 o 20 años atrás sus compueblanos presumían del verde que les arropaba y del silencio que era una tupida característica que tan animosamente disfrutaban. La llegada de la tecnología, del vehículo, de la radio con amplificación y del motoconcho, han dado un giro completo a la historia.

Hoy el motoconcho es el símbolo de una transformación, una visible y molestosa referencia de que las cosas han cambiado de manera dramática, y que de aquel burro que rebuznaba para competir con los grillos donde se desplazaba un campesino que tarareaba alguna bachata o merengue típico, hoy una veloz motocicleta interrumpe y pasa a velocidad, integrándose de manera impostergable a aquel paisaje.

La motocicleta con árganas no es una metáfora, ya es vista sin asombro, y como postal ha ya de instaurarse.
Y a la par con esto hay que mencionar la expansión de la tecnología que ha llevado a que cualquiera pueda constituirse en un emisor de ruidos a gran escala. Potentes radios nos recuerdan y confirman: el infierno no es el fuego, sino el ruido.
La ciudad de Santo Domingo, hoy dividida y ampliada, ante la imposibilidad de volverse urbana, lo que ha hecho es ampliarse y verse sofocada por un crecimiento que ni los más notables urbanistas y arquitectos nuestros previeron que se efectuaría con tal dramatismo.

Taponamientos infernales, miles de motocicletas inundando aceras y calles, vehículos del transporte público destartalados y guaguas del transporte público que andan como la “jon del diablo” e irrespetando las más simples normas, copan la ciudad. Ah, y la suciedad que aporta el afiche: elemento del político desacreditado.

Y ni hablar del crecimiento hacia arriba sin control, y como ejemplo están los antes sosegados barrios, donde hoy no se puede caminar pues las calles están atiborradas de vehículos estacionados, y las urbanizaciones azotadas por delincuentes, que en su derrame y expansión ya proverbial, buscan “lo suyo”.

La delincuencia, claro es el telón de fondo. Los titulares de los periódicos y los noticiarios televisivos, y el boca a boca de asustados transeúntes nos los confirman. Atracos, asesinatos, tumbes (jolopismo a lo dominicano) son el pan de cada día, hecho de agria harina.

La noticia, el día a día que se sustituye tan dramáticamente nos dice que murió un amigo o conocido en un accidente, que el hijo de un amigo falleció en una motocicleta, que la vida de una mujer joven fue tronchada por un troglodista machista que no podía vivir sin ella, en un evento de pasión que la dejó tendida en un charco de sangre.

Si la discoteca era antes donde hombres y mujeres se refugiaban para eludir la rutina y alcanzar grados de romanticismo y sexualidad, hoy el colmadón es el sitio perfecto, donde la buenamoza oficinista y el hombre con corbata y aperfumado se atrinchera para beber y comer a un precio razonable que no vaya a romperle el bolsillo.

El ruido se ha universalizado en esta ciudad. En este país. Y por más esfuerzo que uno haga se tiene que topar con las melodías de El Alfa, Shellow Shaq, Omega, Mozart La Para o con el discurso del político al que ya nadie hace caso, a menos que se tenga “una botellita” para justificar el asqueroso asentimiento de que “la cosa nunca ha estado mejor”.

Bienvenido al reino de lo urbano, con todo y su música (me fui en cegueta), su velocidad, y su Omega, y su motoconcho.
El autor es escritor y periodista.

El Nacional

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