Se dice que la tolerancia es otro nombre que se da a la indiferencia y hoy como ayer, no deberíamos dejarnos llevar por las cosas que en esencia carecen de valor. Pero así no es la vida. Parece ser ley natural que vivamos combatiendo, deseándolo o no, enfrentados a peligros de una manera permanente.
El que la altanería y la prepotencia se hayan enquistado en la cabeza de muchos que ejercen un poder transitorio aunque no lo quieran admitir y que además gocen de ser personas ilustradas, no llega a ser tan grave, en tanto pretendan creerse príncipes, o predestinados, enviados o dioses.
Muchos, viven cual si fuesen actores en una obra teatral, donde los personajes se comportan de manera extravagante y extraña, manteniendo cierto grado de credibilidad, es decir, su vida es una farsa. Y ya, de por sí, son expertos en emplear las farsas para justificar sus ineficiencias e indelicadezas en temas serios y de vital importancia para la nación y que son responsabilidad de ellos.
Crean breves interludios, en ocasiones cómicos y otras tantas ridículas o circos de mal gusto, para entretener y ocultar sus ingeniosas y malsanas acciones. Llegan muchas veces al descaro de proponer soluciones asombrosas a problemas creados por ellos mismos, pero que más tarde o temprano, quedan al descubierto, con un desenlace fatal, inducido por una fuerza oculta que podríamos llamar la fatalidad, el hado o quizás, el mismo pueblo o la misma providencia, indignada ante tantas bajezas y ambiciones.
No hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista. El final de estos protagonistas, generalmente termina en su total destrucción moral, cual desgraciada tragedia contra la cual luchan hasta su muerte. Aquellos del patio, viajeros o no, que se quiten las vendas de los ojos y miren hacia el Medio Oriente o el viejo mundo y lo que ha y está pasando políticamente. Verán, que con reconocimientos o no, la historia los condenará.
Argumentan, algunos adoloridos, que lo que nos está pasando es simple; faltan hombres con pantalones, con suficiente coraje para imponer un alto al caos. Por mi parte, considero que en esencia no son hombres de grandes colgantes los que nos faltan, sino, más bien, políticos. Sí, políticos con breteles y no negociantes o empresarios de la política.
Considero que ya está bueno de peajes que todo el mundo conoce. Está más que bueno estar cambiando nombres a las mismas cosas, como esa del hombre del maletín y continuar en lo mismo. Con firmeza creo, que el coger fiao, préstamos o cual que sea el nombre empleado, a sabiendas de que no los van a pagar, a eso se le llama pícaro, sea quien sea que lo haga, pero, si son políticos o dirigentes empresariales de la política que lo hacen, comprometiendo el presente y el futuro de esta y las próximas generaciones, entonces el nombre correcto es ¡pícaros irresponsables e inmorales!
Ya está bueno que los malos políticos nos tomen de zoquetes o como si todos fuésemos ese vulgo que se embulla con tarjeticas o salamis. Ya está más que bueno para que estos parásitos políticos nos hundan cada día más en la miseria, mientras simulan, en base a falsías, que están haciendo un bien. A pesar de ellos no querer mirar atrás, por nuestra parte, no podemos olvidar. ¡Sí, señor!