Lo justo sería comenzar afirmando que no es la primera vez que nuestra sociedad figura como testigo ocular del llamado oportunismo político. El cual, dicho sea de paso, sabiamente suele anidarse en las entrañas del poder político, sin importarle para nada las reglas del juego.
En realidad, este siempre ha existido y, por lo visto, continuará existiendo, en todas las sociedades que hemos conocido.
Una de las características fundamentales de los seres humanos oportunistas es la negación o el rechazo de los principios éticos. Lo que significa que estos son enemigos encubiertos, por así decirlo, de la ética pública.
Argumento de fácil comprensión, puesto que, de estos ser portadores de valores éticos y morales, no tendrían entonces la oportunidad de alcanzar los objetivos propuestos; objetivos, dicho sea de paso, que los colocan dentro del litoral de las personas corruptas.
Resulta conveniente hacer saber que el término corrupción es tan amplio que quizás hasta aquéllos que viven pregonando y acusando a los otros de corruptos, también ellos son poseedores de esa estampa maldita.
En la actividad política, el hombre o la mujer oportunista no solo es un agente catalizador de las debilidades o de los errores que pudiesen cometer algunos funcionarios. Sino que, además, son lo suficientemente inteligente como para convertirse en expertos buscadores de oportunidades, para entonces hacer crecer su interés particular, entiéndase modo y manera de vivir económicamente bien a cambio de alquilar su fuerza bruta o la fuerza de su intelecto.
Existen oportunistas pequeños y grandes. Sin embargo, los verdaderamente peligrosos son los grandes, los caza presidentes. Casi siempre son profesionales presumidos, quienes suelen convertirse en analistas de temas especiales, revolucionarios más que cualquiera, madrugadores, a quienes les encanta que los fotografíen y les hagan entrevistas en los medios de comunicación.
Ellos poseen la virtud de ser expertos diseñadores y planificadores de sus obras teatrales con el fin de obtener riquezas y, sobre todo, una imagen de alto ejecutivo que se ha ganado el derecho de supuestamente gozar de la confianza y los privilegios de estar cercano al presidente.
El oportunista es un excelente husmeador. Aprovecha a plenitud el momento, las circunstancias, a todo le saca filo y no le pierde ni pies ni pisadas al señor Presidente. Tiene una inteligencia desarrollada, lo que le permite saber a ciencia cierta cuando acercarse lo suficiente a una persona u organización, y cuando alejarse a pasos apresurados.