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Gestión cultural, sacrificio y satisfacción

Gestión cultural, sacrificio y satisfacción

En mi doble condición de periodista y de amante de las bellas artes he sido testigo del afanoso trajinar de los que forman parte del complicado universo de cada una de sus vertientes.
Pero si difícil es la labor y las relaciones de los artistas, mayor es el sacrificio de quienes auspician y coordinan sus espectáculos.

Comenzando porque muchas veces el talento artístico va unido a las variantes de la personalidad temperamental.

Los que hemos leído las biografías de genios artísticos nos sorprende el hecho de que algunos han sufrido periodos de inadaptación social, y otros han recorrido el viacrucis de innumerables caídas de la locura.
Padecieron el tormento de la demencia el músico sinfónico Robert Schumann y el pintor Vincent Van Gogh, lo que sin embargo no disminuyó la grandeza de sus obras.

Mis años de infancia y adolescencia transcurrieron durante un periodo de la dictadura de Trujillo, y recuerdo que me divertía con las máscaras y los diablos cojuelos, así como con otros personajes caracterizados bajo sus disfraces de vistosos colores.

Con el correr de los años se establecieron en la capital y en algunas ciudades del interior los desfiles carnavalescos, los cuales despiertan el entusiasmo de públicos multitudinarios.
Esos asistentes disfrutan plenamente, a veces con risas, gritos estridentes y hasta saltos, contemplando frente a sus ojos asombrados, disfraces provocadores de placer estético, pero donde no faltan las caretas grotescas que llevan a volver el rostro en señal de desagrado.

La condición de espectador de estos eventos no conlleva conocer, y a veces ni a percibir ni adivinar, las largas horas que dedican sus organizadores para llevarlos a feliz término.

En mi condición de enlace con los medios de comunicación del Ministerio de Cultura, mis pupilas y oídos han sido receptáculos de escenas que hubiesen podido servir como alimento argumental de cualquier destacado creador literario.

Es harto sabido que los públicos son considerados con el poder de los reyes, y por eso llevan como sinónimo las palabras el soberano.

Quizás por eso los artistas, poseedores del poder de encantar al soberano, alberguen la convicción de alcanzar estatura de semidioses.

Los preparativos del Carnaval de Santo Domingo 2019, desde los días que precedieron a su celebración el día 3 del pasado mes de marzo, llevaron a un laborero trepidante una parte importante del ministerio.

De esa jornada no escapó su titular, el arquitecto Eduardo Selman, quien manifestó que desde sus años juveniles ha sido un entusiasta seguidor de los diversos carnavales dominicanos.

Los gastos que origina el Carnaval de Santo Domingo son difíciles de afrontar por una dependencia oficial, debido a que participan máscaras y carrozas de numerosas localidades del interior.
Esta circunstancia se une al hecho de que son escasos los municipios que aportan recursos para un mayor lucimiento de sus equipos representativos.

Y aquellos cuyos alcaldes lo hacen, en parte aspiran a compensar y hasta a superar los egresos, ganando alguno de los premios que se ofrecen a las comparsas más lucidas.

La celebración del carnaval capitaleño 2019 generó protestas en algunas localidades, cuyos alcaldes se negaron a participar, porque el Ministerio de Cultura les redujo el apoyo financiero por su limitación de recursos.

Desde hace varios años escucho personas que consideran que si cada localidad participante en este importante carnaval solventara su participación, el espectáculo alcanzaría mayor esplendor.
Como sicólogo empírico, por mi condición de octogenario y amante de las artes, tengo un mínimo conocimiento de la sique de los artistas.

Y creo que mucho del éxito que cosechan se debe a que, en su calidad de hiper emotivos y exigentes consigo mismos, se entregan plenamente a sus creaciones.

Frente a la menor participación de comparsas en el citado carnaval, lo disfruté al igual que la mayoría de los asistentes, porque no resultó abigarrado, caótico, ni aburrido y cansón.

A lo mejor no resulta inoportuno ni ocioso citar una vieja frase clisé: lo bueno, si breve, dos veces bueno.
Y sería bueno destacar que una de las personas que más gozó el carnaval fue uno de sus principales organizadores.

Al ministro Eduardo Selman, durante el transcurso del espectáculo, no se le alejó la sonrisa del rostro.

El Nacional

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