Haití siempre ha estado en el mismo lugar, y, aunque plagado de necesidades perentorias, con una historia digna de orgullo. Si a Estados Unidos le cabe la gloria de marcar la liberación del colonialismo, Haití tiene el encomiable mérito de ser el precursor de la libertad a través de la abolición de la esclavitud. Un infernal terremoto que anegó las calles de su capital de cadáveres y de escombros se ha ocupado de recordar su presencia, sacudiendo la conciencia hasta de sus depredadores históricos. Pero lo importante ahora no es su historia, sino el desafío que su recuperación implica para Estados Unidos, que desde ya se ha involucrado activamente en el proceso, y para República Dominicana. Por el papel que está llamado a jugar en la política internacional desde ya han surgido recelos, pues todos quieren lavar la conciencia frente a una tragedia que se agravó con el terremoto del 12 de este mes. Por razones económicas y geográficas Estados Unidos es la nación que está en mejores condiciones de dirigir la reconstrucción de Haití, una nación que quedó sin nada y que necesita mucho más que la asistencia médica y alimenticia con que se ha manifestado la comunidad internacional. Cónclaves como el de hoy en Canada no son más que ejercicios publicitarios que, en definitiva, terminan en exhortaciones, como las cumbres presidenciales. Pero en el proceso de reconstrucción no se puede excluir ni imponer una camisa de fuerza a los haitianos para que se sometan al orden que trace la comunidad internacional. En las condiciones en quedó la nación tras el devastador huracán es mucho lo que se puede hacer para reparar, en el mejor de los casos, un olvido histórico. La solución no está en clamar ayuda, sino en acciones concretas, como las adoptadas por Estados Unidos, para que la nación pueda emprender el rumbo que se trazó al anular la esclavitud en América.