Cosas veredes…
Las cosas de la vida. Hace algunos días, estando yo en una pacífica barra del barrio de Villa Juana ingiriendo un «cóctel de jugo de caña» entró un individuo con cara de pocos amigos. Y se sentó a pocos pasos de mí.
El tipo pidió nada más y nada menos que un enorme litro de ron. De inmediato cambié de mesa y escogí la que estaba más cercana a la puerta, por si las moscas. Saludable medida, porque media hora más tarde se armó «la de Dios es Cristo.
Habían entrado cinco hombres, a los que confundí con un equipo de baloncesto, por la estatura de todos. Y, con mis cinco pies y una pulgada de alto (debería decirse más bien de bajo) hice varias cosas. La primera, dejé de dar «viajes» a la vellonera, escogiendo diez piezas de mi gusto y volví a la mesa, a ver bailar a los demás. Y yo, como era de esperar, me quedé en el banco, aunque los pies me bailaban solos.
Hasta que, ya sin poder aguantar más, me atreví a invitar a bailar a una muchacha, previo pedirle el permiso correspondiente a sus padres que la acompañaban. Éstos me miraron atentamente, se fijaron que era el único en todo el local que «portaba» saco y corbata, tal y como hacía como cuando me atrevía a «internarme» en las pistas del Intermezzo Bar y del Royal Palace, donde los fenómenos eran José Agustín Guzmán Y Zoilito García, quienes cuando bailaban se cogían la pista para ellos … hasta que Edgar Gómez y el que escribe se atrevieron a salir a la pista junto a esos dos fenómenos, ante el asombro de tutili mundanchi.
Lo que no sabían los presentes era que yo había hecho un curso de baile en el Royal Palace y un post grado en la Cigua, en los predios de Juan Barrilito, un lugar algo non sancto.
Yo fui muy conocido por la forma en como bailaba el danzón, por lo que cuando salía a la pista con mis inolvidables amigas Carmen y Ena, si José Agustín y Zoilito no estaban allí, la pista era mía. Y el «figureo» era de primera.
¡Ah tiempos aquellos que no volverán, aunque vivan por siempre en mi memoria!