El presidente Barack Obama cumple la promesa de campaña electoral de sacar a los jóvenes estadounidenses de las guerras perdidas por George Bush en Irak y Afganistán.
No es justo que la juventud USA derrame su sangre tan lejos y por una causa que no es la suya.
Los jóvenes norteamericanos combatieron en la Primera Guerra Mundial para frenar al expansionismo del sicópata Wilhelm I, el Kaiser alemán.
Esos jóvenes también pelearon para parar el inútil, absurdo, hemofágico, criminal y monstruoso baño de sangre que azotaba Europa y con Europa medio mundo (¿entero?).
Era una guerra que si bien como todas las guerras tenía sus matices económicos, religiosos, étnicos, nacionalistoides y hasta ideológicos, no es menos cierto que también estaba el ingrediente de no solo entaponar la sangría sino detener la locura imperialista del sátrapa y criminal forrado de medallas sin valor, uniformes sin motivos y órdenes ajenas al sentimiento humano más elemental.
En la Segunda Guerra Mundial esos jóvenes fueron a luchar contra la barbarie nazi-facista, contra la locura geófaga de Adolf Hitler, contra la insanidad mental y la monomanía guerrerista del fantoche césar del siglo 20 Benito Musolini.
Y contra la agresión implacable, inhumana, sádica y tiránica de los insensibles jefes militares japoneses.
Esos jóvenes morían por salvar el mundo del Eje Berlín-Roma-Tokío, por la libertad de los pueblos, por el libre juego de las ideas, por la democracia participativa, por los derechos humanos, por todo lo que representa dignidad material y espiritual para el ser humano.
Esos jóvenes estaban conscientes de que ponían en peligro sus vidas y dejaban el cariño y la comodidad del hogar para pelear una guerra que les competía, que era parte de ellos, que librándola buscaban librar el mundo de la opresión.
Esos jóvenes luchaban contra los campos de concentración, contra las torturas, contra los asesinatos de millones de personas, contra el crecimiento casi a diario de la maldad, contra los que ocupaban países como piezas moviéndose en el tablero de ajedrez, contra la conculcación de los derechos más elementales que deben acompañar el libre albedrío pero Irak y Afganistán no es su guerra, no es su ideal, no es su deber, no es su compromiso ni mucho menos debe ser su destino final.
No es lo mismo ni es igual.