Los más agudos observadores políticos deben estar de acuerdo en que la situación de Honduras ha variado muy poco después del golpe de Estado contra el presidente Manuel Zelaya. Las presiones internacionales han valido de poco, pues los golpistas insisten en que harán elecciones en noviembre y que de ahí surgirá un gobierno legítimo.
Estados Unidos dejó recientemente sin visado al presidente Micheletti y sus compinches, pero eso no ha frenado la prepotencia de los asaltantes de la democracia.
Micheletti respondió diciendo que no permitirá el regreso de Zelaya a Honduras, a pesar de que el pueblo se manifiesta cada día en las calles pidiendo su retorno, con una bárbara represión como respuesta.
Hay que preguntarse ¿con cuáles poderosas fuerzas cuenta Micheletti? ¿Solamente con la oligarquía y los militares? Hay que ver más allá de las narices para saber que alguna mano poderosa hace posible el mantenimiento de los golpistas.
No hay que olvidar lo que sucedió en nuestro país en 1963 y luego en 1966. El presidente Bosch fue derrocado en el 63 y cometió el error de participar en las elecciones de 1966. No ganó, de modo que las fuerzas reaccionarias volvieron a instalarse, legitimadas por elecciones. Eso que eso mismo podría ocurrir en Honduras.
Si la comunidad internacional acepta los resultados de las programadas elecciones en Honduras, echaría por la borda todos los sacrificios de nuestros pueblos para consolidar el proceso democrático.
En América Latina, se produciría una gran frustración, pues sería un terrible golpe en el que se asestaría a la voluntad soberana de los pueblos. La misma democracia de los Estados Unidos sufriría. No habrá calidad moral para presentarla como ejemplo.
Los presidentes estarían bajo constante temor y angustia para tomar medidas populares que puedan lesionar intereses de los poderosos, pues cualquier personaje podría reemplazarlos apoyado por los militares, que, ante el ejemplo de Honduras sabrían que no les pasará nada, a pesar de que, si revisamos la Historia vemos que, finalmente, los pueblos saben responder correctamente cuando se sienten burlados.
Se ha aportado demasiada sangre para que el proceso democrático se consolide, como para que ahora uno tenga que pensar que hay un incierto futuro, si los golpistas hondureños no son sancionados como se debe.