Opinión

La excusa de los códigos

La excusa de los códigos

POR: Pedro P. Yermenos 

Forastieri

pyermenos@yermenos-sanchez.com

 

 

Hasta dónde tendremos que soportar tantas artimañas procurando ocultar responsabilidades en el desastre que ha devenido esta sociedad? Como abogado conozco las debilidades de los códigos, pero me resisto a ser tonto útil en un juego perverso. La criminalidad, como era previsible en el contexto que nos caracteriza, ha ido experimentando un sostenido crecimiento. El fenómeno ha sido enfrentado, hasta ahora, de forma reactiva, no preventiva, con la agravante de que esas reacciones son distintas en función de los protagonistas infractores. Se trata de una superficialidad que no ataca las causas de lo que sucede.

Eso no es casual ni resultado fortuito de la ejecución de la política criminal del Estado. En la medida que algo trascendente es abordado con esos criterios, se persigue evitar que se pongan de manifiesto las razones que atañen a un sistema y unas estructuras que han colapsado y que contienen el germen de su fracaso.
En esas estrategias por combatir el problema que es mediante el mecanismo que no es, se ha producido una avalancha de opiniones que intentan atribuir a los Códigos las razones del deterioro de la seguridad ciudadana.

Es cierto que en el diseño de una sociedad, sus reglas juegan un papel preponderante, pero jamás podría esperarse que ellas, por sí mismas, por arte de magia, se encarguen de producir un funcionamiento social armónico y con apego irrestricto a sus preceptos. Eso supondría un desarrollo institucional a partir del cual, esas disposiciones estén respaldadas por un sistema que las haga aplicar más allá de consideraciones de carácter económico, social, político, cultural.

Nuestro país es un ejemplo de que las normas no bastan. Los percances que padecemos no están determinados por carencia legislativa. Hemos fallado en que constituímos una entidad en la cual, de acuerdo a los sujetos involucrados, la ley tendrá una u otra aplicación, y eso representa una fuente permanente de tensión social.

Esta nación no ofrece oportunidad para, a partir de un esfuerzo basado en capacidad y trabajo, alcanzar un nivel de vida digno. Al tiempo, una minoría, sin méritos, sólo por vincularse al poder o su proclividad al fraude y la corrupción, conforma una élite privilegiada. Esos contrastes son caminos sin retornos de desintegración social. Por eso estamos dispersos en nuestros propósitos comunes. Acepto que razones técnicas determinen la necesidad de reformar códigos. Distinto sería confiar que esos cambios implicarán solución del problema. Subterfugios pretendiendo eludir la verdad.

El Nacional

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