Un Estado que invierte lo mínimo en la formación educacional de sus ciudadanos, a fin de que éstos no desarrollen niveles de conciencia que los lleven a cuestionar sobre el porqué del mal funcionamiento de las cosas públicas, es un Estado que empuja la sociedad hacia el derrotero.
El problema de la educación del país no depende de las horas de clases que se impartan. Claro, éste es un elemento importante, pero no el talón de Aquiles del sistema de enseñanza.
Esto lo sabe el incumbente de Educación y todo el que haya pasado por las aulas dominicanas en calidad de estudiante o docente. El problema tiene raíces más profundas, pero al parecer hace falta un valiente que le ponga el cascabel al gato.
República Dominicana es el país que hace la menor inversión en educación básica en América Latina, y después nos preguntamos: ¿de dónde han salido tantos delincuentes, o por qué tenemos tan poca mano de obra calificada?
No basta con mantener a los muchachos mil o dos mil horas en aulas deterioradas, en ocasiones sin servicios sanitarios, y sentados en pupitres de mala muerte.
Ni decir de la escasa formación de los maestros y la poca motivación que reciben desde el Estado. El problema es más serio señor ministro.
Esta es una sociedad en la que los valores éticos y morales se pierden a una velocidad espantosa, lo que se deriva del frágil sistema educativo, de las pocas oportunidades de los jóvenes de nuestros barrios, y ver como de la noche a la mañana muchos saltan de la pobreza a la opulencia, sin que ninguna autoridad los cuestione.
En el sistema educativo de una población con bajo nivel de formación hogareña, en una sociedad con los valores invertidos, y un Estado que invierte lo mínimo en la formación de sus ciudadanos, a fin de que éstos no puedan crear la base mínima de conciencia que le permita hacer cuestionamientos serios, la presencia en las aulas no es lo primordial en la enseñanza.
Tenemos la obligación de inventar otro tipo de sociedad, porque sabemos que eso es posible, y nos incumbe a nosotros, a esta generación.
La fiebre no está en la sábana de los estudiantes, sino en el cuerpo de la sociedad.