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La memoria del “Próximo pasado”

La memoria del  “Próximo pasado”

El libro “Próximo pasado”, publicado en septiembre de 2018 por la editora Praxis, de México, y presentado este año en la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, es resultado de lo que su autor, León Félix Batista, define como “mala práctica poética”. Su mal hábito consiste en andar fusionando libros, en este caso, la “mixtura-excritura” entre los poemarios “Mosaico fluido” (2006) y “Un minuto de retraso mental” (2014).

En ambos libros el autor ochentista (entiéndase el contexto dominicano) se despoja de la prosa configurada en su cajita central, donde condensa su acostumbrado estilo neobarroco para darnos una lectura más despejada a través del verso.

En un esfuerzo por comprender este padecimiento encontramos síntomas de esta idea, años atrás, a principio de siglo, cuando salió a la luz su “Burdel Nirvana”. Habla el poeta en sus “Dracones draconianos” de las “formas mixtas” fluyendo hasta confeccionar el traje perfecto, “sin fisura que dimane su interior”.

La estructura de este “Próximo pasado” está dada por pequeñas composiciones organizadas en pares, en una secuencia de reloj que marca de cero a cincuenta y un segundos. Uno por uno sus cien poemas revelan cien serenidades, aunque sólo sea una aparente calma, pues el mar brama en el oído matemático del poeta.

Resaltamos aquí la música y el ritmo, sueltos en el instinto, en persecución de la belleza. Las estrofas, como antillas de un mar entrópico, se agrupan de a dos, tres y más versos. Se observa, en su distribución, la espontaneidad del verso libre, sin embargo hay noción latente de métrica, diluida pero visible.

León Félix, que sepamos, jamás ha medido sus versos antes de escribirlos, está absuelto del cargo que acusa sus líneas de estar dotadas de simetría. Tras un rastreo ligero hemos detectado, por expresarlo de alguna manera, estribillos rítmicos de arte mayor que resuenan entre estrofas compuestas por heptasílabos y octosílabos, sin asomo de rima por ninguna parte; todo está logrado a fuerza de ritmo y densidad metafórica.

León sigue siendo barroco, es su signo, su estilo por excelencia. Pero en este libro notamos que nos ha dejado una rendijita de esa ventana que da hacia el sentido. Se nos muestra ligeramente más conciso, el verso parece sugerirle economía de palabras, he aquí, según inferimos, que el poeta afina su oído para lograr la simetría y la sonoridad sosegada de estos breves poemas.

Casi todo lo mencionado anteriormente es un intento de explicar aspectos exteriores del texto en cuestión, más adentro está el tiempo como constante temática, la memoria fluida en destellos, quemada en la brasa, leño a leño hasta formar una hoguera de recuerdos, un big-bang con destreza de demiurgo, reconstruyendo la fugacidad del pensamiento anclado en esos momentos desbordados por su enigma, sus “vacíos evocados”.

A Víctor Hugo le atribuyen la frase que reza: “El recuerdo es vecino del remordimiento”, pues son las experiencias más duras las que se estampan de manera más permanente, dejando en cicatrices el relieve de una vida golpeada por los avatares de la adversidad.

En “Próximo pasado” hay memorias que llegan con ahorcadura, “sumando cataplasmas” a “una vida que uno mide / en horas de niebla”, por hablar en su lenguaje. León fija el recuerdo como creación y recreación de un universo propio, único, que ya ha sido, dice el autor: molido por el “reloj dentado”, monstruo antropófago, el tiempo de los hombres, la historia, traducida al lenguaje de fuga que es la poesía.

En la concepción trágica del pasado están las fibras sensibles, la humanidad del hombre, su fin. León se refiere a estos duros recuerdos como “reinado de aridez”, se descarga contra ellos en adjetivos contundentes como “el episodio puro”, el “nefasto pleamar”, por decir de algunos casos.

La seguridad está en la experiencia, el poeta se apodera de ella, encuentra sus acentos para proporcionar el tono, lo brinda, seguro de su visión; sabe que en el presente todo es confuso, la duda traza el laberinto donde la vida se torna encrucijada, y el destino una incertidumbre.

Norberto James tiene un verso que dice más o menos así: “Desde el principio todo fue foráneo, ajeno”. Esta línea subraya cómo nos diluimos cuando todo comienza, en su transcurrir hasta ignorar que todo cuanto nos ocurre nos construye, y nos acompaña. Es al final cuando la vida es más nuestra, más interna, con heridas profundas, dolorosas; toda esa sustancia transmutable en el signo de la palabra.
El autor es escritor.

El Nacional

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