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La narrativa de César Aira

La narrativa de  César Aira

En medio de una escena literaria regida por el bestseller, en la cual el escritor es un influencer más, no hay duda de que César Aira (1949), un escritor de culto con más de cien libros publicados, es una figura que no puede obviarse.

Aira tiene una idea peculiar del relato, según la cual, lo importante es que la historia corra, que se cuente algo página tras página.
En sus narraciones, prefiere recurrir a “lo indirecto de la alegoría” (Cómo me hice monja, p.39) en vez de la explicación de los hechos.

Plantea que el laissez faire, el dejar hacer, “es la maniobra clásica del novelista” (La fuente, p. 80). Aira considera que el arte de la narración decae a medida en que incorpora la explicación. Lo que se cuenta, es la esencia del relato, la que define como la “narración lineal, sucesiva, de cosas que suceden y se suceden” (Copi, p.16).

En el desarrollo de su estética, César Aira habla del relato y de la novela indistintamente. No pretendo resolver el problema constante de los géneros literarios, pero sí creo que la equivalencia entre relato y novela es errónea. El relato posee una serie de cualidades que lo hacen particular. Como dice Demetrio Estébanez en su Diccionario de términos literarios: “el relato es la enunciación oral o escrita de los hechos reales o imaginarios que constituyen una historia”.

Tanto Estébanez como Aira están de acuerdo en que el relato se compone de una serie de hechos que se cuentan. Pero Estébanez pone a la novela en otra categoría, y destaca su aspecto formal. Es decir, en una novela importa mucho cómo se cuenta, no sólo qué se cuenta.

De hecho, una de las cualidades de la novela moderna, esa que inicia con Don Quijote, consiste no sólo en el argumento, sino también en la estructura lógica. Dos palabras que no gustan hoy en día, “estructura” y “lógica”.

En la narrativa defendida por Aira, todo se mezcla, las partes del relato se presentan dispares, como una caja de herramientas.
En La fuente, Aira narra la historia de un pueblo anónimo en una isla utópica, cuya vida gira en torno a la importancia de una fuente.

Luego, de manera súbita habla sobre las novelas de George Eliot, el urbanismo de las ciudades europeas medievales y el concepto del absurdo.

Entiendo que en la narrativa contemporánea se da una confluencia de temáticas, y el mayor ejemplo es Borges, con sus cuentos a camino entre la erudición, el destello poético y la especulación filosófica. Pero Borges, como maestro auténtico, hace de esa confluencia un engranaje lógico, en el cual las partes de la narración se entrelazan unas con otras.

En cambio, Aira escribe una cosa tras otra. Cuando en La fuente menciona a George Eliot, no dice el porqué. Es esta escritura volátil, tuitera, lo que critico. En las novelas (relatos según él) de Aira, los elementos no están encadenados con estilo.

Su estilo (suponiendo que eso es estilo) consiste en una sucesión no causal. Por ejemplo, en Cómo me hice monja, el personaje principal dice que a los catorce años leyó en una revista un artículo sobre educación sexual. Pero, en la historia ¡el personaje muere siendo un niño! Aira no da ninguna explicación al respecto.

Para algunos, mencionar esto quizás sea exagerado, pues creen que “eso es literatura”. El hecho de que sea literatura no significa que deba ser incoherente; la buena literatura, la genial, es coherente, y está bien escrita.

Para acabar con esta diatriba, otra idea de Aira que considero errónea, es aquella según la cual el trabajo del escritor va contra la interpretación (Copi, p. 31).

Si le damos la razón, tendríamos que quitársela a Cervantes, porque al final de Don Quijote, el genio español dice: “no ha sido otro mi deseo que poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías”. Es decir, Cervantes interpreta lo que escribió, nos dice el por qué de Don Quijote. Si para Aira, con todo y sus cien libros, eso no es ser escritor, prefiero a Cervantes, que con un solo libro reinventó la literatura.
El autor es estudiante de letras.

El Nacional

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