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La parte atrás

La parte atrás

Nunca he deseado ampliar mi mundo. Mi mundo es un contorno para verse desde afuera y cimentado con las miserias mías y las de los otros. Entonces, ¿para qué ampliar este recinto de esperas, suplicios y angustias, si lo único que falta es mi muerte? No deseo ir al paraíso y me niego a asistir a ese hábitat de sueños, de reconciliaciones, de afectos programados, al que venden como premio mayor de lotería. Nací en este infierno y este infierno es lo único que conozco. He deambulado día a día desde mi condición de feto por estos vericuetos de escarnio, y los sonrojos por los odios, las abulias y las falsas felicidades amamantadas en tetas prestadas, se espejean como la parte atrás de las barriadas urbanas.
Porque la parte atrás es, dentro de la estructura urbana dominicana, un universo de formas vivas, un apiñamiento humano dentro de los patios y que, al crecer, llega a convertirse en un laberinto de esperanzas y frustraciones.
En la parte atrás se mueve el ser que espera oportunidades, o el que ha sido relegado a un plano menor, tal como si fuera un microcosmos de la ciudad misma, lo subterráneo que acecha y se mueve en la emergencia. Y los hombres y mujeres que la habitan, se transfiguran en ella, convirtiéndose al salir de su entorno en figuras desinhibidas, abruptas, deshojadas de caprichos, vergüenzas y misericordias. Así, los insultos, los fisgoneos y las infidelidades, forman parte de ella y acorralan los sentimientos, los goces y las miserias.
La parte atrás es una selva, un corral, un refugio en donde habitan obreros tímidos y agresivos, estudiantes prometedores, secretarias almidonadas cuyo porvenir depende del movimiento de sus caderas, meretrices recién descubiertas, guardias y policías sin ascensos y, también, los aspirantes sempiternos a convertirse en trasnochados poetas. La parte atrás palpita como un desorden de la periferia o como un águila hambrienta. En sus callejones rueda el muladar junto al juguete y el dominó entrelazado al perdón.
La parte atrás fue una invención del caos citadino refugiado en la penumbra, insistido en el hacinamiento y la fuga. Allí, la voz se aleja del aria dolce para convertirse en tambor frenético, en trueno de sonoridad rampante. Los pocos ángeles que la habitan, cuecen sus penas en el azufre del dolor, en las ollas de lo inmisericorde y en los olvidos desplazados. La orilla, pues, es hermana de la parte atrás, que se duplica en la explotación de la esperanza, como si fuera mercancía barata; que se ubica y desubica en una fotocopia de la desesperanza, de la tristeza y del dolor que hiere.
Y en los márgenes de esa espera, la parte atrás serpentea y sale de su madriguera natural, recomponiéndose en los centros para crecer de un día a otro, como esta sorpresiva maraña de engaños y trucos que emplean los políticos salvajes para perpetuarse en el poder.
[Publicado en este diario el 7 de junio del 2016]

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