22 años de El Conde
Señor director:
El mismo café y los mismos lugares de veinte años atrás. La misma calle. Adoquinada desde entonces. Pretendido lugar de recreo, compras, bohemias y gentiles galanterías. Libres caminatas. Apresuradas, a veces. Despreocupadas, otras tantas. Dichosas, a menudo. En tanto libres y abiertas.
A El Conde sus veinte años -aún sus veintidós-, le sorprenden tan deplorables como sucio. Espantoso escenario donde el desorden se nutre de toda suerte de obscenidades y malas costumbres. Prevalece el mal gusto en un escenario donde la basura, el mal olor y el abandono son los actores principales.
Cucarachas, ratones y todo tipo de alimañas han levantado bandera, tras expulsar de allí la sublime nostalgia de quienes apostamos, hace veinte años, a espacio para la creatividad, la fecunda imaginación de auténticos artistas y al sano esparcimiento. Limpio y decente.
La apatía y la dejadez ganaron la batalla. Venció a la imaginación y se apoderó de un espacio vital que pudo ser útil y encantador a la vez -rescatable aún-. Vive en nosotros la esperanza.
El Conde ha sido sitiado. Ha devenido, tristemente, en un sórdido arrabal ocupado casi en su totalidad por vendedores que desparraman sus mercancías sin el menor cuidado. Cachivaches con vanas pretensiones de ser preciadas artesanías. Pinturas que delatan los inútiles afanes de timadores, falsificadores y, en el mejor de los casos, de pésimos impostores y falsificadores. Coqueros, heladeros y dulceros vocingleros, con manos libres para esparcir sus bagatelas y desperdicios.
Zaguanes y aleros ocupados por tales ofertas, obstruyendo el paso de transeúntes a quienes se les hace difícil refugiarse de la lluvia o las inclemencias del sol del medio día. O, simplemente, caminar.
Es un sueño tornado en pesadilla. Un drama dantesco que nos ha aguado la fiesta a quienes, legítimamente, pudimos celebrar los 20 Años de un sueño. De una utopía, penosamente decrépita y caduca en tan poco tiempo.
Recuerdo con nostalgia el momento en que me acerque al entonces síndico Fello Suberví para plantearle la idea de una calle o boulevard abierto. Debo admitir que mi idea había sido estimulada por la Plaza Bolívar, de Caracas, hermoso lugar de recreo que convocaba a los caraqueños al esparcimiento, a las tertulias, a los paseos cotidianos y los encuentros amistosos y de negocios. Todo esto es contagiante y nosotros, por supuesto, no escapamos a ese encanto.
Planteada la idea, Suberví la acogió con simpatía. Más bien, la enriqueció proponiendo El Conde como piloto para otros proyectos similares. A decir verdad, yo había pensado en Las Damas y un par de cuadras de la calle Arzobispo Porte entre Isabel la Católica y Sánchez.
A decir verdad, la idea de Suberví fue la más sensata y factible. Presentado el proyecto a la sala capitular del Ayuntamiento del Distrito, no se hizo esperar la tenaz oposición de los comerciantes de esa vía, transitada entonces de este a oeste por vehículos de motor. Fue necesario crear una comisión encargada de discutirlo con este y otros sectores. Idea entonces descabellada para no pocos analistas y expertos urbanistas.
Fui parte de la comisión negociadora, junto a Santiago De Windt y Mery Kasse. A la sazón, De Windt era sectario general, yo director de Relaciones Publicas y Mery Kasse, asistente de Relaciones Públicas.
Las negociaciones no fueron nada fácil. De Windt jugo un papel estelar como gran componedor y mejor exponente. Finalmente, fue aceptada la idea luego de algunas concesiones otorgadas, que no viene a caso detallar ni enumerar. Proyecto truncados y sueños arrojados a la basura.
Una triste historia que se alimenta aun de la esperanza. Esperanza que da paso a un vigoroso deseo de rescatar tan maravillosa iniciativa. Oportunamente soportada en estos momento -hay que decirlo-, por la propuesta de rescate de la Ciudad Histórica que hoy promueve el Ayuntamiento del Distrito. La restauración y remozamiento del Palacio Consistorial, en El Conde con Meriño, es una señal auspiciosa.
Atentamente,
Eduardo Álvarez