Crimen horrendo
Señor director:
El jefe de la Policía Nacional, mayor general, Rafael Guillermo Guzmán Fermín, debía preparar la navaja y la tijera para cortar el uniforme y raspar la cabeza al mayor de esa institución, William Féliz Féliz, quien violentó el fuero de un centro de salud para asesinar a uno de sus compañeros de arma que en medio de una trifulca, donde resultó herido, mató a un pariente del oficial.
Creo que este es uno de los hechos más graves que registra la criminología dominicana, tanto por la escena como por los actores. Se supone que un hospital es un recinto donde se acude a buscar salud, es un espacio neutro donde la autoridad está en manos de la ciencia. El caso se agrava por ser el transgresor de las leyes un oficial policial que se supone entrenado y educado para manejar situaciones difíciles, un guardián del orden al que se le paga para preservar vidas y propiedades.
Este bochornoso episodio es una demostración evidente de que tienen razón los que postulan que la institución está podrida, que requiere un saneamiento a fondo a ver si se puede salvar algo. Es una confirmación de que se está dando rangos a gente que no tiene la más mínima preparación profesional, que no tiene respeto por la vida, que no tiene ninguna valoración de su carrera ni del cuerpo a que pertenece y que sabe que el peso de la ley no le será aplicado con el rigor que amerita un salvajismo tan brutal. Con personas así, investidos de autoridad, tiene sobradas razones la población cuando opta por armarse por temor a ese tipo de fiera.
Este es un buen punto para que la Secretaría de Estado de Salud Pública y el Colegio Médico, asuman una posición de condena ante un mal precedente que puso en peligro la vida de los pacientes como del personal de servicio en el hospital Jaime Mota. Deberían asumirlo como un desafío a la inmunidad de que deben estar rodeados estos establecimientos y exigir las condiciones mínimas necesarias para que una monstruosidad de esa naturaleza no se repita.
Atentamente,
Julio Rosa
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Mi escasa vocación de poder
Señor director:
Mis aspiraciones juveniles fueron las de llegar a ser piloto militar, marino mercante o locutor radial.
Jamás cruzó por mi mente la idea de llegar a destacarme en alguna profesión u oficio, por lo que mi padre repetía a sus familiares y amigos que yo había nacido sin aspiraciones.
Dicen que en el amor las atracciones se producen en el mismo sentido que en la electricidad, o sea, entre los polos de magnitud diferente.
Quizás fue esa una de las razones por la que me enamoré de Ivelisse, cuya cultura y talento políticos, unidos a su don de mando, la han llevado a ocupar posiciones relevantes en el Partido Revolucionario Dominicano y en la administración pública.
Nuestro matrimonio se produjo en diciembre de 1970, lo que me convirtió en perredeista por mosquitero.
Cuando el partido blanco ganó las elecciones presidenciales de 1978 varios de mis parientes y amigos vaticinaron que sería designado en una elevada posición pública, y acertaron.
Lo digo porque tanto la Dirección de Prensa de Corde como la de la Secretaría de Salud Pública, que ocupé, estaban ubicadas en la segunda planta de sus sedes.
Durante la gestión perredeista de Salvador Jorge Blanco fui director de Relaciones Públicas de la Oficina de Desarrollo de la Comunidad durante dos años, cuando su titular era mi hermano de vientre diferente, el doctor Juan Bosco Guerrero.
Lo antes señalado pone de manifiesto que en el área de la administración pública, hermana del poder político, lo más lejos que he llegado es a funcionario de tercera categoría.
Aunque se podría argumentar en mi favor que nunca he solicitado ninguna de las posiciones de gabinete de los gobiernos que han sucedido al ultra largo del perínclito.
Cuando Hipólito Mejía ocupó el codiciado sillón de alfileres no solicité siquiera los anteriores carguitos, dedicándome exclusivamente a mi programa televisivo de entrevistas.
Me fue tan mal con la publicidad gubernamental en esos cuatro años, que no solo la tuve en escasa proporción, sino que no me fue saldada una deuda ascendente a doscientos mil pesos.
El funcionario que tenía a su cargo cumplir esa obligación, y de cuyo nombre no quiero acordarme, no devolvió mis llamadas telefónicas, a pesar de que teníamos relación amistosa de añeja data.
Ese mismo correligionario de mi esposa le pagó una vieja deuda de dos millones quinientos mil pesos a un amigo mío que lo abordó en un pasillo de la Secretaría de Finanzas, y el cual le era totalmente desconocido.
Pienso que por mi escasa vocación de poder escogí el oficio de periodista, o sea, que elegí ser cronista en lugar de actor o protagonista.
No hay que olvidar que el genial comunicador Rafael Herrera rechazó varias veces, con palabras cargadas de sapiencia y humor, la presidencia de la república.
Aunque a mí no me han ofrecido ni la suplencia de una regiduría.
Atentamente
Mario Emilio Pérez