Opinión

Los lectores opinan
Casandra, 90 años

<STRONG>Los lectores opinan<BR></STRONG>Casandra, 90 años

Señor director:
Casandra, en sus noventa años y todavía viva en el alma artística y sentimental de su pueblo dominicano, inspira mi pluma.

Antes de yo conocer plenamente el inmenso valor artístico de Casandra, antes de  atisbar yo su significado popular, antes de prever yo que, como suma y compendio de lo entredicho, Acroarte iba a instaurar una gran premiación nacional conocida como El Casandra; y el Soberano al mejor artista dominicano del año; y que la increíble generosidad de la Cervecería Nacional Dominicana iba a verter cuantiosa suma anual en la presentación artística y la premiación, por categorías, de dicho evento; antes de yo percatarme de esas cimas, ya yo era afortunado partícipe de la amistad personal y familiar del acogedor hogar de Casandra.

Situado en la transitada vía que lleva el nombre del restaurador mocano José Contreras, en el corazón de Gazcue, ese hogar de puertas abiertas se convertía, en minutos, en una festiva reunión de canciones románticas y sones populares de labios de Casandra o del piano de Luis, a las que se unía la espontánea coral de los presentes.

¡Cuando vuelvas…!

Cuando pasaron los años y Casandra recibía reconocimientos populares, yo me decía, sorprendido de mi mismo:

“Mírate donde estabas”.

Porque pasar yo por las calles vecinas y oír el bullente estruendo rítmico de la fiesta y girar el guía hacia su hogar eran una  misma cosa.

Cuando, pasado el tiempo, me encontraba yo con Casandra en el Palacio, que hoy acertadamente lleva su nombre, me reconvenía: “¿Qué te pasa que no visitas a tu familia?”.

Cuando la inolvidable Quisqueya escaló las cimas de la diplomacia, aquel hogar, sin desmedro de su criollismo, se proyectó hacia lo internacional. Allí vi yo cancilleres y embajadores.

Quisqueya, cariñosa, me hacía pensar que ambas damas provenían de unos padres amantes de su tierra y artistas por naturaleza. Me fijaba en sus nombres.

Después conocí a otros egregios miembros de la familia Damirón. Tal era. Tal era la confianza, que un día Luis, siempre moderado, se  presentó en mi oficina de la Secretaría de Agricultura con su uniforme de coronel y como director de la banda de música de la uniformada. Me solicitó una beca en Puerto Rico para un hijo de Quisqueya. De inmediato lo canalicé.

Pero con Luis me unió más un lazo que me tendió y sensibilizó al orgullo patrio.

En una de esas fiestas hogareñas me invitó a su lado, sentado al piano: “Oye esto…”

Y tocó.

Yo le dije, con aire de conocedor: “Eso es una habanera…” para responderme: “Es que mi inspiración musical es cubana…” (por sus años pasados en La Habana).

Me henchí de orgullo nacional. Y me volví para Casandra: “Préstame un papel y un bolígrafo… Oye lo que me acaba de decir Luis”.

“Toma una servilleta y no tengo bolígrafo, ten ese lápiz”. Luis, complaciente, me escribió y firmó su decir. Yo guardo dentro de los pliegues de una servilleta arrugada el vivido recuerdo de Casandra y Luis.

“Honrar, honra” dijo Martí. Y el síndico de la capital, don Roberto Salcedo, se honra al regalarme una estatua en perdurable bronce. Honra a Casandra y a sus hijos, honra al arte dominicano. Recoge la historia y el brazo en alto de Casandra señala el futuro al joven arte dominicano.

Atentamente,

Lic. Francisco Dorta-Duque

El Nacional

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