Sólo el Gobierno puede desenredar la madeja que se ha creado en torno a la decisión de Venezuela de desistir de la adquisición del 49 por ciento de las acciones de la controversial Refinería Dominicana de Petróleo (Refidomsa). Las razones que saltan a la vista no parecen suficientes para justificar un enfriamiento en las cálidas relaciones personales, diplomáticas y comerciales del presidente Hugo Chávez con el Gobierno dominicano.
Si es porque el presidente Leonel Fernández optó a última hora por legitimar la elección en Honduras de Porfirio Lobo o por la nacionalidad otorgada al magnate Gustavo Cisneros, el mandatario venezolano ha olvidado, a menos que existiera algún acuerdo secreto, que República Dominicana es una nación soberana.
Es posible que la coyuntura sólo sirviera como pretexto para desistir de una operación que, por la forma, no convenía los intereses de Venezuela.
Se le estaba entregando un patrimonio sin cumplir, ni siquiera para guardar las apariencias, con la convocatoria de una licitación nacional e internacional y otros requisitos legales. No se entiende el interés del Gobierno de desprenderse de una empresa que en 2009, según el secretario de Hacienda, generó beneficios superiores a los 1,651 millones de pesos. Es, si es así, lo que se llama un filete.
Bien vistas las cosas, los enredos en torno a la comparación no han surgido tras la decisión de Venezuela, sino que se arrastran desde las controversiales negociaciones con la Shell. Por lo menos a mí me parece que las razones que se han citado en la decisión de Venezuela son sólo matices de un enredo más escabroso.
El negocio con Refidomsa, si es como ha declarado el secretario Vicente Bengoa, era demasiado bueno para Chávez triturarlo por nimiedades políticas. Sin duda que falta información en torno a un impasse que tiene que dar de qué hablar.