De bufones y payasos
La diferencia entre un bufón y un payaso, no ha sido tratada conceptualmente a través del tiempo. En gran medida, eso ha motivado que, por desconocimiento o por una bien pensada actitud conservadora, no se sindiquen como auténticas bufonadas actos ridículos y de mal gusto.
El bufón, cuya aparición se remonta a la Edad Media, y su mermada vigencia se esfumó en los albores de la llamada Sociedad Moderna, era un cómico que vivía de gesticulaciones histriónicas y ocurrencias, pues con ellas provocaba escenas hilarantes entre los poderosos.
Este espécimen era el hazmerreír de los más pudientes, y una característica física fácilmente lo identificaba. Regularmente era contrahecho: jorobado, enano, cojo, cabezón, etc., y se reía de sus defectos, más que de sus chistes, para halagar al Poder. El bufón es un ser rastrero, perverso y aborrecible.
No existe una clasificación de la diversidad bufa. Sin embargo, sería tonto pensar que el concepto se circunscriba a la definición simple que he referido, pues los más pudientes tiene una connotación tan amplia que trasciende los sectores económico y político en el ejercicio y usufructo del Poder.
O, ¿acaso, en la oposición a esos sectores, no hay bufones también? Claro que sí, y de la peor ralea. Estos, no sólo se congracian con los más pudientes del Poder, sino que se burlan descaradamente de los segmentos de clase que dicen representar, y, lo que es peor: Si es preciso, los venden, y los ponen a cargar los cuartos.
El payaso, en cambio, es el arquetipo del personaje abigarrado y extravagante en su vestimenta, que divierte, a la plebe irredenta, a título de réplica, en circos, ferias y parques con cantos, bromas, trucos y piruetas, que a veces suscitan verdaderos lamentos, y sus indiscretas lágrimas denuncian la desigualdad que la inocencia celebra.
El payaso vive en búsqueda permanente de herramientas que le permitan proporcionar alegría, paz y esperanza a los que solo les queda la fe de, alguna vez, cristalizar sus sentidas y necesarias reivindicaciones, harto preteridas por poderosos y legatarios, anclados en los puertos de la prosperidad que garantiza una sostenida e incontestable corrupción.
En nuestro país hacen falta esos payasos. Payasos con sentimiento. Payasos que brinden su espectáculo, y también interpreten en la ingenuidad del auditorio, sus carencias y dificultades con ánimo de descubrir alternativas viables para el cambio de un rumbo, cada día más incierto.
Ahora que se convoca a un nuevo sainete con la consabida intención burlesca, el pueblo dominicano y gran parte del mundo, gracias a la tecnología, tendrán el insufrible privilegio de soportar una táctica política más de las que nos ha inoculado la perversidad peledeista, una farsa donde los bufones de todos los litorales se confundirán, y pretenderán confundir a una concurrencia estupefacta ante tanta insolencia. Agraciadamente, nada dura para siempre