Opinión

MI VOZ ESCRITA

MI VOZ ESCRITA

Por remedios terminantes

Hasta la llegada de los alumbramientos sin pena, a través de la cuasi elitista, en tanto costosa  práctica de la cesárea, a finales de la década de 1960, la gente, como queriendo significar la importancia, la sublimidad y la necesidad del sacrificio, decía que “todos los partos son dolorosos”; para, al mismo tiempo, dejar sentado que, no obstante, su valor intrínseco es incuantificable.

El contenido y trascendencia del pragmático mensaje caló hondo en mí. Tanto, que con el paso del tiempo, cuando en el argumento de un libro o de una película, la trama planteaba un desenlace en apariencia cruel, y en ocasiones torpe o insólito, siempre incliné el fiel de mi balanza a favor del director, aunque me asaltara la idea de que acaso el productor nunca pensó en semejante final.

Más adelante, ya inmerso en el quehacer de la lucha política, mucho más complejo e impredecible que el accionar militar, por cuanto las variables no las determina necesariamente el hombre, sino las circunstancias y lo imprevisto, aprendí que “ante el choque inevitable, la peor decisión es la posposición” y que “para uno que madruga, otro que no duerme”.

Sobre todo cuando el contrario interno, envenenado con el acíbar de la frustración y el egoísmo, le ha soltado las riendas a la  perversidad, y pregona con insolencia y sin empacho alguno, su compromiso con la traición.

¡Hermano Miguel Vargas! No se trata de su proyecto presidencial. La actitud de Hipólito Mejía y compartes, constituye un gran mal para la causa blanca; y la sabiduría popular aconseja que “a grandes males, grandes remedios”. Hipólito Mejía y sus acólitos, beneficiarios del gobierno que tiene a los perredeistas pasando hambre, entre otras necesidades, deben ser expulsados  sumariamente del PRD, antes de que sea tarde.

¡Hermano Miguel! La estrategia de Hipólito es, no sólo evitar el avance, sino auspiciar una pérdida vergonzosa en los comicios de mayo que a su vez cuestione su liderazgo  para luego provocar el clamor de una renuncia suya; y la única forma de evitar lo catastrófico de sus consecuencias, es cercenando su incidencia. Recuerde que “la culebra se mata por la cabeza, y  la carga se arregla en el camino”.

Lamentaría que después se alegara ignorancia o pruritos románticos de consideración, para quien es un farsante y un desconsiderado impenitente…

El Nacional

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