POR: Pedro P. Yermenos Forastieri
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El caso de la nómina obscenamente supernumeraria del Ministerio de Relaciones Exteriores constituye la punta del iceberg de un problema que es mucho mayor. Es una manifestación que pone en evidencia la persistencia de un Estado clientelista, que sigue siendo manejado como un botín que debe ser repartido, por derecho propio, entre los vencedores. Vencedores que, dicho sea de paso, tienen como uno de “sus secretos” decisivos para que se produzca tal “victoria”, a ese sistema de uso abusivo y corrompido de los recursos públicos como herramienta de preservación del poder.
Así es fácil ganar y es lo que explica la reticencia a establecer reglas distintas de competencia, porque se le teme a una confrontación electoral equitativa y con árbitros que en verdad lo sean, no las especies de pantomimas que solemos tener, quienes no son más que cajas de resonancia de los intereses políticos que las sentaron en sus poltronas para desempeñar ese lastimoso papel.
No es fácil derrotar a quienes están aupados por un ejército de zánganos, enquistados cual parásitos, en el presupuesto nacional. Imagínese lo que es competir con alcaldes y legisladores que en ocasiones tienen años distribuyendo entre sus clientes parte importante de los fondos que manejan o unos recursos que les son entregados para que los destinen al mantenimiento de ese perverso círculo vicioso. Ni qué decir de enfrentar un gobierno decidido a volcar las arcas públicas en su beneficio.
Podrán alegar que una transformación de la política de personal del Estado tendría precaria incidencia en las finanzas, pero se olvidan del valor simbólico de eso para una administración urgida de ganar autoridad ante una población hastiada de constatar cómo se le esquilma a través de las mal llamadas reformas fiscales, al tiempo de darle continuidad a estas prácticas deleznables.
Es difícil encontrar otro escenario tan propicio para el Presidente implementar dos de sus reiteradas promesas de campaña: Hacer lo que nunca se hizo y convertir las representaciones diplomáticas en promotoras de inversiones en territorio dominicano.
Hasta ahora, al menos en este aspecto, se ha tratado de retóricas incumplidas porque se continúa actuando igual que siempre y nuestro servicio exterior, lejos de atraer inversión extranjera, lo que está es succionando, a cambio de nada positivo, las magras cuentas nacionales. La percepción de que esto se hace para no irritar a aliados internos o externos, contribuye a hacer más deplorable una situación que avergüenza y enerva.