Recibí la invitación para la marcha por las tres causales que justifican el aborto terapéutico, el domingo 15, que comienza a las nueve de la mañana, detrás de la AMD, para marchar al Congreso.
Tres cosas me llamaron la atención: es domingo, cuando el Congreso está cerrado. A las nueve de la mañana, cuando las mujeres trabajadoras se toman un respiro y a esa hora se levantan; y entre esas trabajadoras y trabajadores incluyo a los periodistas.
No sé quién hace la planificación estratégica para estas actividades, muy tímidas frente a la ofensiva de los sectores “pro vida” (de los que no han nacido), que nunca ha escatimado violar sus propios valores, para mandar a hacer banderolas con los rostros de los diputados y diputadas que apoyan las tres causales: incesto, violación, posible muerte de la madre, y colgarlos en las iglesias, durante los servicios, para que toda la feligresía les reclamara. Eso se llama actuar con agresividad y osadía, y desde luego sin piedad.
Quisiera, a riesgo de difamación e impopularidad, aportar mi granito de arena sobre lo que vi en Sao Paulo, en las gloriosas marchas de mujeres cuando Dilma era candidata, una mujer a la que sigo defendiendo porque la conozco inmune a la corrupción personal, y porque todos los y las presidentes del mundo han utilizado y utilizan sus viajes, y embajadores, para promover la producción y productores locales, una práctica tan vieja como el poder presidencial.
Las marchas que organizaban las mujeres del Brasil, particularmente las obreras de las grandes ciudades industriales, como Sao Paulo y Porto Alegre, se hacían en hora pico los días de semana, y a contrapelo del tráfico. Ello provocaba que en hora pico, todos y todas los que andaban en vehículos se enteraran de lo que sucedía, porque había brigadas cuya función era distribuirles hojas sueltas con las demandas de las marchas, y de ser posible, hablarle a los ocupantes sobre los objetivos de las marchas.
Adicionalmente, había camionetas y patanas con música. Música alegre interpretada por grupos de mujeres, con pelucas amarillas y verdes, colores de la bandera del Brasil (que por cierto presté la mía al Gordo Oviedo y hasta el día de hoy no he logrado recuperarla) y miles de vejigas o globos amarillos y verdes, que le daban a las marchas una sensación de fiesta, una fiesta precisamente por la vida de quienes son las únicas que pueden dar vida: las mujeres.
Sin osadía no se asalta el cielo, y hay demasiadas muchachas muriendo para no ser efectivas tanto en la lucha por las tres causales, como contra el feminicidio. Recursos hay, apelen al Ministerio de la Mujer.