Opinión

Mujeres y salud

Mujeres y salud

Un nombre con olor a dignidad.-
A título personal, hoy quiero compartir desde esta trinchera, mi experiencia del pasado viernes. Había invitado a cenar a mi hermano y su familia, hace más de dos décadas viven en el exterior. Debido a mis pocas habilidades culinarias, preferí ir a ordenar una paella al Cantábrico, un restaurante cargado de historia, donde hacen la mejor paella del mundo, próximo al cementerio de la avenida Independencia.

Mientras esperaba para ser atendida, coincidí con un amigo que me presentó a un señor sentado a su diestra.
– Mucho gusto, Lilliam Fondeur.
– Ah, es usted la que escribe en El Nacional
– Si, la columna Mujeres y Salud.

Luego de comentarios enriquecedores sobre la misma, me preguntó si por casualidad soy pariente del doctor Juan Isidro Fondeur Sánchez, un abogado que tenía su oficina en la avenida San Martín.
¡Joder!, como diablos este -acabado de llegar- se mete en mi intimidad echando abajo todas mis defensas.

Elevo el pecho, con los ojos brillosos hago un esfuerzo por contener mi emoción. Llena de orgullo le digo: Juan Isidro Fondeur Sánchez era mi padre.

En su rostro rubricado por los ramalazos del tiempo, se instaló una expresión de alegría, sus ojos se iluminaron. Se levantó del asiento y nos fundimos en un fuerte y auténtico abrazo. Como si nos conociéramos de antes, como si fuéramos familia. El amor transitivo nos unió, el amor a la amistad.

Me narró aventuras compartidas con mi padre, y recalcó que Juan Fondeur era un hombre muy serio, muy honesto, de los que ya no quedan. La honestidad era su columna vertebral. Cada vez que alguien se refiere a él lo resalta. No fue nada nuevo para mí. Lo que si fue divino, fue la expresión de alegría, de añoranza, de satisfacción, de amor en este hombre octogenario. Sus ojos trataban de identificar las huellas de mi padre en mí. Insisto. La amistad es amor eterno.

Hace 25 años papi no está. Me dejó de herencia una carrera profesional, una mochila cargada de alegría, libertad y un nombre con olor a dignidad. ¡Que maravilla! Papi, las estelas de tu amor me salpican.

Entonces me pregunto. ¿Es que los hombres y mujeres no piensan en sus descendientes? Que la historia no perdona. Nuestro tiempo en la tierra es limitado. Quizás soy muy ‘pariguaya’, pero imagino que a nadie le interesa dejarles de herencia a sus hijos e hijas una maleta de vergüenza.

El Nacional

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