La V Cumbre de las Américas, que concluyó ayer en Trinidad y Tobago, se inscribe como un portentoso acontecimiento histórico que marca el despegue hacia la consolidación de la unidad política e interrelación económica de América Latina y de genuina relación del continente con Estados Unidos basada en los principios de autodeterminación, igualdad, reciprocidad y respeto.
En ningún otro escenario de antes o después de la Guerra Fría, gobernantes de los 34 Estados del traspatio latinoamericano habían dado tan soberbia demostración de unidad en la diversidad, con la firme voluntad de presentarse como ente indivisible único ante el presidente de Estados Unidos, Barack Obama.
Los jefes de Gobierno y de Estado de América Latina presentaron en Trinidad y Tobago un crisol ideológico integrado por estadistas de todas las tendencias que tienen en común el más distendido concepto de la madurez política y de arraigada cultura integracionista.
El presidente Obama pudo romper con viejos estereotipos imperiales, lo que representa el otro factor que contribuyó al éxito de esa Cumbre, en la que Estados Unidos reconoce el fracaso de su dilatada política intervencionista y promete una nueva etapa de diálogo y colaboración con sus vecinos desde el sur del río Bravo hasta la Patagonia.
Más que por sus resultados concretos, que son trascendentes, el éxito de ese encuentro debería evaluarse por la soberbia demostración de unidad de propósitos expuesta por los líderes latinoamericanos y el radical cambio de actitud de Washington hacia la región, expuesta con meridiana claridad por el presidente Obama, quien anunció el comienzo de una nueva era en la relación con su traspatio.
En escenario de tan intensos y variados intereses políticos, sociales, económicos, es impensable pretender que se pueda alcanzar el ideal de unanimidad, pero se resalta que ante la renuencia de algunos mandatarios de firmar la declaración final de la Cumbre, se impuso el buen criterio de que sólo el anfitrión de la reunión rubricara en nombre de todos sus colegas.
La V Cumbre de las Américas se erige como gran suceso histórico que formalmente decreta el tardío fin de la Guerra Fría en el continente y el inicio de una nueva era en las relaciones entre Estados Unidos y América Latina.