Evadía la mirada para no saludarme cuando ocasionalmente coincidíamos en los pasillos de la Facultad de Humanidades, pese a que había sufragado por ella para la dirección del desaparecido Departamento de Pedagogía en la asamblea de marzo de 1987.
Esa actitud la atribuí al sectarismo que siempre caracterizó a muchos dirigentes del PLD, que solían llevar a lo personal las diferencias políticas. De todos modos, Josefina Pimentel, la ministra de Educación, nunca fue objeto de cuestionamiento moral. Y ahora se considera que realiza buena gestión en esa importante posición pública.
Pero todo es relativo. Viene de sustituir a dos funcionarios, como Alejandrina Germán y Melanio Paredes, que se les intoxicaron millares de niños, en todo el país, con el famoso desayuno escolar, por estar ofreciendo alimentos baratos y en descomposición. A Germán y a Paredes les imputaron otras irregularidades.
Todavía la licenciada Josefina Pimentel no ha estado involucrada en escándalo, de esos que copan los espacios periodísticos. Y ha optado por el bajo perfil. Esas razones, sin embargo, no les otorgan méritos para calificar de buena ministra.
¿Qué regulación ha hecho para descontinuar el cambio regular y abusivo de los libros de la educación básica y media? Ninguna. Los textos escolares se cambian cada cuatro años y se ofertan a precios irracionales respecto al costo de producción.
Solo la evolución de las distintas ciencias justifica que los textos se reemplacen. La vigencia de un texto no debía de ser menor a los diez años. Y su cambio debía de ser el resultado de un estudio detenido de expertos independientes, que no guarden relación con el ministerio ni las editoras.
Además, ¡por Dios!, ¿cómo se permite que un texto escolar tenga precio aproximado a los mil pesos? Libros con pergamino satinado, pero que no pasan de 100 páginas y llenos de cuadros, dibujitos y páginas en blanco. Dudo que su costo de producción ascienda a cien pesos. Es una barbaridad sobre la que Josefina Pimentel guarda silencio.