Una vez más el pueblo es testigo del descaro de la sociedad política dominicana que después del 16 de agosto, asume que este país les pertenece por mandato sobrehumano, a partir de una serie de intervenciones desafortunadas, en las que el Senado se gana la medalla en desaciertos.
La Cámara Alta, comenzó la legislatura aumentándose a 175 mil pesos mensuales el salario, una decisión administrativa y aprobada por la legislatura anterior con el apoyo de todos/as los representantes del Senado, incluyendo los de la oposición, presentes y pasados, que para eso siempre están de acuerdo.
Explicaron que no se trata de un aumento salarial sino una medida para corregir una distorsión que afecta los fondos de pensiones del Congreso, donde coinciden con los diputados, diciendo que somos el único parlamento en el mundo que funciona con esta grave alteración, por lo que el aumento, es un acto de justicia.
La medida ocupó una semana de arduo trabajo, firmando aumentos y cancelaciones a más de 300 empleados que trabajaban con los senadores salientes, debido a que los nuevos, contando a las dos senadoras que se estrenan, llegaron con sus equipos, empezando a nombrar personal, en las oficinas del Senado y de las provincias. (Generalmente a familiares y allegados, como hacía el senador de Mao).
Cada senador o senadora, mantiene dos oficinas, con 30 o más personas empleadas, para asesorar la imagen, asistentes, secretarias, seguridad, choferes, mensajería, y un gran etcétera, además de la gente necesitada y muchos lambiscones, que estos/as esforzados/as funcionarios/as favorecen, convirtiéndose en verdaderos barriles sin fondo para el pueblo.
Como si fuera poco, el senador reformista electo por La Altagracia (PRSC), Amable Aristy Castro, sin cargos de conciencia y por su cuenta, no asistió a la juramentación ni se excusó siquiera, porque desde 1996, él es El Senador, trabajo compartido desde entonces con la dura tarea de dirigir La Liga Municipal Dominicana y con la administración de lo adquirido con su trabajo polítiquero y familiar.
Con una tasa de desocupación ampliada de casi 15%, y un 56% de trabajos informales dentro del total de la población ocupada, con salarios de hambre que marcan aún más las desigualdades de este pueblo, donde el mayor empleador es el Estado, es vergonzosamente grave el silencio de autoridades y de los partidos políticos, cobijadores de codiciosas militancias que distorsiona la política dominicana, frente a estas acciones.
A Luther King, no le preocupa el grito de los violentos, corruptos, deshonestos y/o sin ética. Decía inquietarse por el silencio de las buenas personas. Como pueblo, nos gustaría ver sanciones para tanto desacato, aunque sólo sea para creer que aún hay esperanzas.